Silvia Orellana, de la ribera a la gran ciudad
“SIEMPRE DARÉ LA VIDA POR MI HIJO”
Escribe: Randy Wagner Ríos Gutiérrez
randyriosg@gmail.com
Vivimos en una ciudad con miles de habitantes, cada uno con una historia de vida diferente, cada individuo de Iquitos tiene vivencias que celosamente las guardan, unos por vergüenza, otros por orgullo, la mayoría… porque a nadie parece interesarle.
Llamada Silvia trabaja de lunes a sábado en la esquina de calle Nauta con La Condamine, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, vende sus sabrosos aguajes y su refresco “hielo, hielo”, como ella misma lo ofrece.
Hoy compartiremos con nuestros lectores la conmovedora historia de Silvia Orellana Tuesta, una mujer como muchas, una de aquellas guerreras y luchadoras, de esa estirpe que no necesita de un hombre al lado para mantener un hogar y es que desde muy pequeña le tocó vivir lo duro y cruel que puede ser la vida, quizá por ello jamás nada la amilanó y supo enfrentar con coraje aquellos golpes, que cuando menos te lo esperas, te da la vida. Silvia nació en un pueblito llamado Santa María de Amazonas, una comunidad ribereña que terminó bajo las aguas del gran río mar, a la que hoy orgullosamente todos los amazónicos la llamamos maravilla natural del mundo. Fue en una creciente, cuando Silvia, aún pequeña, no entendía por qué tenía que abandonar el lugar que desde hace doce años la vio crecer, sus padres preocupados la enviaron a la ciudad de Iquitos porque Santa María se hundía de a pocos.
Ya en Iquitos, Silvia encontró asilo en la casa de la señorita Dolores Alva, con quien vivió durante muchos años hasta que por ley de vida, los achaques propios de la vejez enfermaron tanto a Dolores Alva que cruzó el lumbral de la vida hasta convertirse en una estrella más del firmamento, estrella que Silvia asegura es quien la ilumina siempre. No se puede saber a exactitud la edad de Silvia, porque ni ella misma lo sabe, calculamos que nuestra amiga estaría bordeando los cincuenta años de edad; de los cuales, más de la mitad la pasó al lado de su tutora Dolores.
La epilepsia la acompañó durante todos esos años, la vida no le dio motivo alguno para sonreírle y serle agradecido, hasta que en un momento de su vida ella conoció a un hombre que luego de utilizarla la abandonó a su suerte, con un niño de tres meses en brazo y los sentimientos encontrados, por un lado la alegría de su pequeño Mario y por otro la amargura del abandono. Tuvo un primer hijo antes que Mario, pero murió al poco tiempo de nacer, a pesar de aquellos golpes que tumban a cualquiera, Silvia se levantó como pocas y enfrentó como mujer aguerrida y madre coraje todas las adversidades que la vida se empeñó en presentarla.
Hace dos años se propuso crear un pequeño negocio, con la ayuda de unos baldes y una mesa se instaló en la esquina de la calle Nauta con La Condamine a vender refrescos y aguajes, se levanta muy temprano a trabajar, a las ocho de la mañana ya está pelando los colorados aguajes y chancando el hielo para los refrescos; este sustento le permite llevar un promedio de veinte soles a la “casa” y ponga casa entre comillas porque en realidad vive en un pequeño cuarto alquilado junto a Mario que hoy ya tiene 24 años. Lamentablemente, el hijo de Silvia no pudo acabar sus estudios secundarios, se retiró del colegio cuando cursaba el cuarto grado de secundaria para ayudar a su madre con los gastos, lavando motos o ayudando a parchar llantas él se convirtió en el único apoyo de Silvia.
“Yo he vivido trabajando, luchando únicamente por mi hijo, cuando uno es madre y tus hijos pasan necesidades, tienes que sacar de donde sea para darles, por él doy mi vida, mi hijo es todo para mí”, Silvia Orellana Tuesta.