EL MUSEO POSIBLE

En 1904, hace más de un siglo, el ingeniero Von Hassel propuso a los despilfarradores caucheros, a los alardeadores y palanganas extractores de la goma, al mismo Estado que se zampaba una buena cantidad de dinero del negocio de ese entonces, que se construyera un jardín botánico. Es decir, un museo vegetal, donde se iba a mostrar un proceso de explotación distinto a la depredación habitual de ese recurso. En ese tiempo, como nunca antes y pocas veces después, dinero había hasta para botar o para regalar a manos  llenas. Pero, salvo alguna bulla de algunos, ni en broma se hizo esa obra importante de todas maneras.

Un año después, en 1905, el ingeniero volvió a la carga y propuso a las autoridades del momento la construcción de otro museo, el museo de Iquitos. El mismo iba alzarse,  victorioso, renovador, perpetuo, en la primera cuadra de la calle Brasil. En ese momento el lugar estaba vacío y pertenecía al Estado. Los afortunados representantes de ese Estado rechazaron la propuesta y gastaron de la ubre presupuestal para levantar una cárcel,  como ya hemos escrito en esta misma sección. Más importante era albergar a presos que levantar un santuario de la memoria. El museo selvático es un hecho proscrito en términos históricos. Es una de esas obras fantasmales que,  cada cierto tiempo, aparecen y desaparecen.

De manera que no podemos dejar de considerar las recientes declaraciones a este diario del antropólogo Santiago Rivas, en el sentido de que no se construirá el Museo Amazónico. Ese riesgo abunda por más que exista un código, un presupuesto, una fecha de inauguración, junio del 2017. Pero no podemos dedicarnos a deshojar margaritas, a contar garbanzos, a esperar mirando el cielo. O a rascarnos el fundamento hasta que arribe el brindis, el discurso y todo eso. Se tiene que presionar, de una o varias maneras, de tantas formas, a los dueños de la pelota para que no matraqueen, ni hagan un perro muerto. Hay que recordar nomás que el canon petrolero no nos dieron como una gracia, porque bailamos bien,  porque nos rige el rey Momo y no la divinidad del amor.