DORMIDOS EN LAS CALLES

En la cuarta cuadra de la calle Alfonso Ugarte de esta ciudad donde reina el Dios del amor, a la matraca, la juerga, la mamandurria, amaneció un hombre en plena calle. No se trataba de  un parroquiano que había decidido dormir a la intemperie debido al exceso del calor o a la falta de lugar para entregarse a los brazos de un tal Morfeo. No era, tampoco, alguien que se había pasado de copas o de botellas. El señor Manuel Cardoso Lima, el dormido a la intemperie ugartina, era una de las víctimas de una modalidad de atraco que viene incrementándose sorprendentemente.

Es el arte subterráneo de las bravas e indómitas peperas que sacan partido de los deseos ajenos y de sus encantos expuestos. Y entre las ruidosas tabernas y las noches ardorosas  fingen ofrecer servicios sexuales a los entusiastas varones. Pero todo es una ilusión y luego ellas hacen beber alguna sustancia letal al enardecido cliente. El resto es el repentino sueño, el robo de la billetera, de los documentos, de prendas de vestir y hasta de los zapatos. Es decir, el ardiente individuo es despojado de todo y abandonado entre ronquidos en cualquier parte de la urbe.

El provocativo y sensual peperismo tiene que ser frenado en el término de la distancia. Porque de lo contrario Iquitos puede arruinarse. Puede acabar convirtiéndose en cualquier momento en una metrópoli con varones que se despierten fuera del lecho, lejos de casa y en otra parte. Varones en paños menores, indocumentados, misios, que alterarían para siempre a esta ciudad donde es frecuente encontrar a gentes que se duermen en sus laureles, que son llevados por la corriente porque se duermen como los camarones, que duermen a pierna suelta en las mañanas.