SOLARES ARRUINADOS
En la arquitectura iquitense una de las primeras casas que fue destruida era una vivienda muy peculiar y bastante apta para el clima de esta parte del mundo. La casa se levantaba en el barrio de Belén. Era de barro y era amplia, aireada, hacendosa, refrigerada y hubiera sido una alhaja en el mundo de concreto y de fierro que vino después. Pero la dichosa casa desapareció cuando fue comida, almorzada y devorada por unos fieros comedores de tierra, de acuerdo al informe de un testigo que nos visitó haca casi un siglo. No creemos que en ese banquete geófago. Alguien le hizo una broma jugosa al aludido, pero lo cierto es que ese inmueble antiguo desapareció.
De igual manera desapareció en estos días la casa antigua de la primera cuadra de la calle Napo. Como si nada, su propietario devoró la fachada acabando con un testimonio de la arquitectura urbana de esta ciudad. Contemplar el montón desparramado en el suelo es traumático. El delito siempre se repite en estos predios. De vez en cuando aparece alguien que no respeta ni la memoria, ni los dispositivos vigentes. Sería largo y hasta tedioso mencionar los lugares donde antes se levantaron esos solares. Pero el problema del llamado Patrimonio Arquitectónico no es solo esa destrucción repentina, intermitente. Es la constante ruina que amenaza a esos solares. Ruina evidente que es una de esas tragedias colectivas con las cuales nos hemos acostumbrado a vivir.
Cuando el visitante, cámara en ristre, recorre el ámbito donde se ubican esos solares de antes, no puede evitar descubrir las señales y las huellas del deterioro. Y ese forastero no puede dejar de sorprenderse al enterarse del descuido general, de la apatía colectiva. Nunca se hizo nada real y efectivo para oponerse a la ruina visible, para evitar la extinción de esa memoria arquitectónica que es una riqueza invalorable. La ruina está ahí, evidente, visible. ¿Hasta cuándo?