LOS GOLPISTAS DEL PATIO TRASERO (II)
En la historia del golpismo peruano, efusión de armas y de troperos letales, destaca con luz propia, con ímpetu particular, el olvidado general Camote. Era el mismo un loco de atar y desatar que vestido con supuestas prendas militares, andaba por las calles centrales de Lima. En sus andanzas gustaba de imitar la gallardía de las órdenes y los mandos castrenses, hasta que participó activamente en una asonada mazorquera. Desde una acequia, ubicada cerca de Palacio de Gobierno, lanzó un grito descomunal evitando así el derrocamiento del mandatario de ese entonces. Algo de ese ejemplar bochorno hay en la defenestración de don Tadeo Terry que acababa de regresar de aplastar a un alcalde golpista.
Los mazorqueros de Iquitos de entonces, falange innumerable, vinculante, populosa, gremio donde parecían estar todos los que hacían y deshacían en la ciudad de ayer, aprovecharon la ausencia del prefecto para preparar el terreno, para suavizar las cosas, para que todo saliera a pedir de boca. Es decir, como en el cuento de Borges, dejaron al prefecto disfrutar de su victoria hasta el último y, de repente, le metieron la zancadilla trapacera que es todo golpe. La acción más enconada de la asonada en la periferia, fue el tremendo ataque al cuartel donde estaban confinados los efectivos armados que servían a los intereses de Terry.
Es posible señalar que el viejo recurso del autoritarismo guiaba la labor prefectural de don Tadeo Terry. Como un cacique de provincia, un capo del patio trasero, mantenía una fuerza armada compuesta por 85 soldados y 8 jefes que le servían para imponer su política. La base de ella era una obsesiva y hasta enfermiza oposición a todo lo que oliera a edilidad. Nada quería saber con alcaldes ni concejales, ni buenos vecinos, lo cual creaba un polvorín permanente en una ciudad que buscaba neutralizar el poder de los prefectos nombrados desde las oficinas del centralismo. Además, se rumoreaba que el señor Terry manejaba la Aduana a su antojo y que había enviado dinero, en efectivo, contante y sonante, al general Montero. Es decir, el prefecto era un sujeto golpeable.
El documento clave de la asonada de tierra adentro fue la llamada Acta Popular que 101 ciudadanos enconados firmaron para sacar del pequeño poder a don Tadeo. Entre los golpistas, de acuerdo al testimonio de David Arévalo que cita Federica Barclay Rey de Castro en su libro El Estado Federal de Loreto que, además, inspira esta serie cojonuda de gorilas de tierra adentro, de mazorqueros del bosque, figuran los nombres y apellidos renombrados, célebres de los próceres de ayer. Así desfila don Carlos Mourraile como el cabecilla, el instigador, el inspirador de la asonada. Luego aparecen otros como Marcial A. Piñón, Enrique Espinar, Cecilio Hernández, Vicente Nájar, Juan A. Morey, y tantos otros angelitos que se dedicaban al comercio.
Los conjurados fluviales, los conspiradores del monte, no requirieron del audaz uniformado, del varón listo a entrarle al idioma de la pólvora. Los mazorqueros, antes de todo, antes de la caída del adversario, ya tenían su reemplazante que, lógicamente, era uno de los suyos. Nadie da un golpe para poner al enemigo en el poder. Este era don Benjamín Medina. El mismo tenía su prestigio y su billete. Era miembro de una de esas familias que durante años no soportaran estar lejos o fuera de esa codiciada mamadera, esa robusta ubre, esa fuente de tantos disfrutes. El susodicho alcanzó el alto cargo sin responder al interés de nadie de afuera, sin esperar el dedo del mandamás de la capital peruana. En ese sentido, solo en ese sentido, ese golpe pequeño era una liberación de la pesada carga del centralismo. Pero más allá de ello era una simple búsqueda de imposición de los caudillos del patio trasero.
En el ejercicio de sus flamantes funciones el señor Medina no perdió tiempo. En el acto, sin mayores trámites o disculpas, renovó a las autoridades políticas de las provincias del vasto Loreto. Esos cargos dependían de los aciertos o caprichos del ámbito prefectural. Andaba poniendo orden en la casa, colocando a su gente, asegurando su mismo puesto, cuando estalló otra vez el golpismo. Desde la refractaria y fidelísima Moyobamba, el entonces alcalde David Arévalo que en el fondo de su alma se creía prefecto de la vasta región, destituyó de su cargo al sub prefecto de Alto Amazonas, desconoció al tal Medina y avanzó hacia Iquitos.