LOS GOLPISTAS DEL PATIO TRASERO (I)
Entonces, el señor Francisco del Aguila, notable burgomaestre de Moyobamba, miembro visible de una ilustre familia de ingentes ingresos y egresos, buen vecino y todo eso, abusó del golpe armado, de la furia de la asonada revoltosa. Todo para derrocar a su enconado adversario que gobernada en la lejana Iquitos. Era el 26 de noviembre de 1892 y el aludido en tumultuosa y petardista asamblea popular legitimó su maniobra mazorquera. Ufano hasta las entrañas, pateó el tablero legal desconociendo a todas, absolutamente todas, las autoridades amazónicas nombradas por el presidente Lizardo Montero, denigró a algunos políticos como Miguel Iglesias a quien acusó de traidor. Nada debería quedar en pie, salvo él y sus intereses y sus partidarios. Era como un titán que se alzaba en furias, ubicándose más allá del bien o del mal. Pero su cólera requería del decisivo financiamiento.
El revoltoso alcalde de Moyobamba era el primer golpista del patio trasero que apareció entonces en el convulso escenario del bosque del Perú. El poderoso caballero no había sido su preocupación como si los golpes fueran gratis, empresas realizadas por simple amor al arte. El dinero no salió de sus arcas personales o familiares, ni de algún grupo involucrado en la rebeldía provinciana, sino de una colecta pública que el burgomaestre alentó después. Los fondos recaudados sirvieron para mantener activos a 20 efectivos armados. Esa pequeña fuerza revela toda la comedia de la acción petardista. Pero las armas habían aullado y la pradera selvática se había encendido una vez más.
Era el tiempo en que el poder político era dominio y usufructo del caudillo. El pretexto de entonces era ganar la hegemonía entre Moyobamba e Iquitos o acabar con la aduana que acababa de instalarse en la urbe de las ardillas. Pero la verdad del asunto era la supremacía de ese ser que era la figura clave de antaño. Este no admitía la pérdida de sus granjerías o sus ganancias, deploraba el triunfo del adversario y conspiraba siempre para recuperar lo perdido. El caudillo provinciano no venía del aire, ni actuaba por instinto torcido de tener siempre el poder. Es que representaba intereses familiares. El clan, la saga, el apellido eran el sustento de los hechos belicosos, los enconos y las revueltas que por aquel entonces estallaron en el área de influencia de la desastrosa guerra con Chile.
El burgomaestre de Moyobamba no había aprendido la tecnología del golpe en los libros de consulta o los manuales de guerra de su tiempo. Tampoco tomó ejemplos de la violencia regional, episodio que desconocía. Imitó simplemente la frondosa, fluvial, enmarañada, tradición mazorquera del país. El abuso del gorila con casco, fornitura y troperos fue la manera más efectiva y rentable de ejercer la política, de obtener puestos de mando. La asonada militar no era un mojón de mosca en la existencia del pasado. Era un hecho célebre con su ruido de tanques y de sables y no para el saludo en parada militar. La intervención de los uniformados era cotizada por su eficacia castrense, su propensión a la dictadura, su capacidad de poner en vereda a los adversarios.
La víctima de la asonada del fabuloso golpista del patio trasero, del artillero desatado de la periferia, era el prefecto de Loreto, Tadeo Terry. Entre Iquitos y Moyobamba había un planeta de distancia, un universo de lejanía, poblada de ríos, de caminos por tierra, de piedras monumentales y toda acción armada era una aventura riesgosa. Es posible que debido a ello el golpeado no se movió de su sitio, no respondió de inmediato. Lo primero que hizo fue disminuir a Francisco del Aguila, acusándole de bebedor, de uñas largas que raspaba las arcas ediles y de empedernido jugador de barajas. Un sujeto de esa índole viciosa no garantizaba el triunfo de la revuelta.
Después de 8 largos meses del levantamiento, el prefecto abandonó sus asuntos oficiales, dejó tantas cosas pendientes y personalmente comandó una tropa armada con rumbo a Moyobamba. En barco oficial navegó hasta Balsapuerto. Luego avanzó a pie por el abrupto camino de ese tiempo, esperando probablemente una emboscada letal del insubordinado. Cuando arribó a Moyobamba, el golpista había sido defenestrado desde Lima. Otro ocupaba su lugar en el sillón consistorial, pero no se rendía. Y armaba su quilombo en esa ciudad. Después de derrotarle gracias a la superioridad de sus fuerzas, don Tadeo Terry regresó a Iquitos, donde fue derrocado por el poderoso gremio de los comerciantes.