EL HOMBRE AMAZÓNICO (1)

La complejidad de la sociedad moderna busca definir al hombre bajo una misma explicación moderna, una sola explicación del hombre y su pensamiento, negando todo tipo de filosofía ajena al occidentalismo. El hombre moderno no puede ser ajeno a las explicaciones occidentales, lo cual hace que se pierda el verdadero sentido de toda una cultura que definió su propia existencia desde la interpretación genuina y las temperaturas de todo un pensamiento alcanzado solo por ellos.

Desde esa interpretación culta y originaria, el hombre amazónico es una extrañeza para otras culturas, un hermetismo que ha creado el mito del hombre amazónico como ajeno a una realidad competitiva en tiempos de cambio. Ser insondable que atrae con su cortesía y que enfría sus reservas de amplio conocimiento ancestrales que la ciencia no puede socavar su extraña lógica y su desarrollada amplitud. Resistente a tantas inesperadas violencias en su historia, desterrado de sus propias tierras, el hombre amazónico deslumbra con sus convulsivos conocimientos de su ciencia creada por él mismo, que le lleva a desarrollar toda una religión del bien para la sobrevivencia en el bien. El pasado que se arrastra y que suena fresco es un andrajo vivo que no se olvida del colectivo, de la comarca. Hay un misticismo amazónico que se oculta de misterio y que tiene mucho de verdad que al hombre amazónico nunca se le ha sido negado, pues él es un gran descubridor de la verdad compleja que ayuda a vivir mejor al grupo. Una verdad que en los siglos de vivencia de toda la humanidad occidental nunca se pudo llegar a tal magia del conocimiento.

Pero todos buscan darnos una imagen ambigua que impregne en el rostro del amazónico como un leal siervo del silencio. Y es que en el silencio del hombre amazónico se encuentra su verdad, la verdad del mundo que se les ha negado a otros, la verdad de los bosques y los astros. Una verdad que ha querido ser destruida a cada paso que dieron las invasiones extranjeras, místicas, violentas y evangelizadoras. Una verdad que fluye en la sabia de las plantas ajenas a la violencia. El hombre amazónico vive en armonía con los astros y con el bosque que le dan la verdadera sabiduría por la cual resistieron a cualquier tiempo de calamidad e invasión occidental. En la mirada del hombre amazónico no inunda el silencio de la paz, una paz contaminada con el ruido de una imposición del mal en cada predica de los pensamientos ajenos que contaminaron el río de cada mirada. El hombre amazónico se defiende con violencia porque con violencia lo desterraron, con violencia quisieron hacerle olvidar las armónicas relaciones con los astros y la maraña. La violencia y el destierro de su propia tierra vive en cada sonido de sus palabras, en la temperatura de su sangre. La violencia que nunca se olvida en el hombre amazónico hace que construya una nueva alternativa de vida a sí mismo y que niegue a lo ajeno, a lo externo. Ahuyenta a los invasores y atrae a la tierra de la bondad. Esa tierra que fecunda una religión vislumbrante pero oculta que se alimenta de bondad en cada maloca, en cada alimento ingerido. La tierra sin mal que ha sido catalogada como un mito por los ortodoxos creyentes del señor de las alturas, nunca supieron que en esa religión el hombre amazónico busca el equilibrio para una vida sin maleficios. El hombre amazónico es fiel creyente a la religión sin mal, aquella que llena su alma de armonía y que nunca ha sido usada para invasiones, destierros o maleficios.

Con su vestimenta y sus líneas trazadas en el cuerpo o en el rostro, el hombre amazónico es visto como un extraño en la urbe, o es apreciado por la preservación de su cosmovisión y cultura que lo lleva consigo en su cuerpo y en su interior. El hombre amazónico es uno solo a lo largo de la cuenca amazónica. No se niega,  se preserva en lo que cree y en lo que busca defender como suyo y como verdadero. Para el urbano es difícil comprender el origen de su actitud que no se deja contaminar por lo que llega de afuera, sino que lo repela y lo hace ajeno a sí mismo.