EL BARREDOR PREPOTENTE
El burgomaestre de Punchana, el señor Juan Cardama Guerra, ese ciudadano de las metidas de pata, el varón que puede barrer la basura personalmente e ir a botarle a la vereda del empresario recogedor que no recogía nada, se metió al rubro de las pesquisas nocturnas, de las batidas callejeras. Así nomás se embarcó en un trabajo mazorquero que no le corresponde ni le renta, pues para eso existe el jefe del Serenazgo y los efectivos con uniformes y armas de reglamento.
Pero el impulsivo alcalde, desarmado y en ropa de deporte o de relajante playa, abandonó el reposado sueño o la parranda madrista y fungió de vigilante o de celador o de guachimán móvil. Y metió las cuatro como no podía ser de otra manera. Armó un quilombo madrugador e indigno, a la hora de las ánimas y las naves que atracan en los puertos, al insultar con una mentada de madre a la ciudadana Rubí Cunza, administradora de la discoteca “Rumba”. Fea ofensa a la autora de los días en la celebración del segundo domingo de mayo. La reacción violenta, vía cachetada a la intemperie, de la ofendida es lo único que ahora cuenta. Es decir, se viene aplicando aquello de miente y miente que algo queda, divisa Nazi, por lo demás. El alcalde agresor se hace pasar como la víctima. La dama que soportó la agresión verbal de una autoridad elegida por el pueblo, que debería ser el equilibrio en persona, el primero en respetar a los demás, no pudo presentar su denuncia. No le permitieron los de la comisaría. Por algo será, se diría cínicamente. Nada justifica la violencia, de palabra o de hecho. En ninguna parte y de nadie, menos en esta ciudad donde la paz y la calma son cosas del pasado. Lo que queda para nosotros es la prepotencia del burgomaestre que quiso resolver un inconveniente apelando a la filosofía del mariachi vocinglero, la verba de un tal Riofrío o el abuso del macho con pelos en el pecho.