La patada del alcalde
El alcalde de Belén, señor Hermógenes Flores Gómez, no tiene antecedentes futbolísticos ni obsesiones conocidas de llegar a algún mundial en el rubro de la pelota, pero acaba de asestar tremenda y terrible patada. Una patada formidable, bien pensada y mejor ejecutada, que hace daño con sus ondas expansivas y sus enconos nada ocultos. El brutal golpe fue contra un feo tablero. El aludido acordó con representantes de otras entidades buscar una salida al inconveniente de la invasión pascual de algunas calles de Próspero. Pero, de repente, se hizo el loco y, como si nada, dio permiso para la ocupación de esas arterias urbanas.
Es decir, como un mandón de poca monta o un caudillo de cocha, desconoció su propia palabra y decidió solo y arbitrariamente, sin ninguna consideración por los demás. Decidió a favor de algo que está mal, que es un serio problema en muchos sentidos y que no contribuye en nada a crear el sentido de ciudadanía. Nadie sabe que pasó por la cabeza de un alcalde que tantas veces prefiere enterrar el pico como los avestruces para no hacer nada contra los inconvenientes. Los posibles incendios, por ejemplo, que amenazan debido a la avalancha de conexiones eléctricas para alumbrar la llamada feria navideña.
El alcalde de Belén soltó una patada de burro, con los dos pies y al mismo tiempo, contra un acuerdo cívico, un intento serio de solucionar esa invasión que cada año se repite como una plaga. Nadie está en contra del trabajo, de ganar los reales. Pero todo tiene su lugar y su momento, sin afectar a los otros, sin afear el espacio urbano. El alcalde de Belén debe meditar en lo estéril de la violencia de su patada. Debe amarrar sus piernas y pensar en que mejor es un acuerdo que una discordia. Y, mucho más mejor, es tomar medidas antes que ocurran las desgracias. Nadie consigue mucho metiendo patadas a diestra y siniestra, olvidando pactos y actuando solitariamente.