La comedia de los pájaros oscuros
Entonces, cual bandadas de oscuras palomas que regresan al vergel, han vuelto los gallinazos a nuestra ciudad, donde hay tantos animales sueltos y coleando. No han regresado a esta urbe las bequerianas golondrinas, las poéticas picaflores, las hermosas garzas, a adornar los techos de las casas y las esquinas compadreras. Han vuelto los gallinazos, como un feo presente, una anticipada perturbación de nuestros días y de las fiestas que se avecinan. Nuevamente se obstinan en desvirtuar los vuelos aéreos. Al parecer, pase lo que pase, estamos condenados a padecer por los siglos de los siglos y hasta el fin del mundo y sus sucursales, la presencia de esas aves de luto.
Es absurda esa amenaza gallinacera, esa invasión de última hora, en una urbe donde tantos partidos políticos tienen a animales como símbolos vencedores. Menos mal que no nos invaden otorongos hambrientos, leones africanos, elefantes con rabia, perros de presa. Porque entonces nadie viviría para contarla. Es absurda esa amenaza de parte de esos pájaros carroñeros, esas aves de los desperdicios. Es una comedia de mal gusto. Todo el mundo sabe detrás de qué aterrizan los gallinazos. Ningún gallinazo vuela hacia una calle limpia, una esquina sin basura, un condado sin cochinadas.
El 9 de julio de 1954 un cronista avispado se burló de la ciudad de entonces al escribir una despedida fúnebre cuando un infortunado gallinazo fue aplastado por un microbús asesino. El accidente sucedió en la cuarta calle de la cuadra Arica y él escriba llegó a decir que ese pájaro intervenía eficazmente en la labor de limpieza de la urbe con sus picotazos y su capacidad de devorar tanta porquería circundante. Desde ese punto de vista, desde esa constatación zoológica y de servicio público, estamos en contra de la ya anunciada matanza de esas aves. ¿Después de ese asesinato quién limpiará Iquitos?