Un siglo
En lo que queda ahora del fundo cauchero más importante de Julio César Arana,La Chorrera, se realizó hace poco un encuentro a nombre de las víctimas de entonces, de los que padecieron el horror, de los que todavía sufren las heridas de la barbarie que estalló en nombre del humano progreso, del cacareado desarrollo. El evento fue con motivo de cumplirse algo así como un siglo de ese tiempo que no debería olvidarse, que debería ser recordado siempre. Porque para que caminara la industria automotriz europea, para que hombres y mujeres disfrutaran de una revolución parecida a la era del vapor, tuvieron que morir algo así como 30 mil oriundos.
El evento no tuvo la repercusión en los medios acostumbrados a la frivolidad como marca para la venta o perdidos en los avatares de la menuda política local, pese a que fue saludado por distinguidas personalidades de la tierra como el Sumo Pontífice, el mandatario de Colombia, el presidente del Congreso del Perú, Víctor Isla Rojas. Nadie en la tierra del presente es ajeno a lo que significó el caucho. La pelota de fútbol, por ejemplo, es lo que es debido a la explotación de esa savia que se tiñó de sangre de indígenas amazónicos. Tantas cosas más cambiaron con la extracción de ese recurso concedido por la naturaleza como un don que trajo la barbarie.
Un siglo después del horror, escuchando los testimonios de los descendientes de esos linajes, uno puede preguntarse si realmente la era del caucho ha pasado. En la cronología no existe más, desde luego y parece tan lejos de nosotros. Pero cuando uno se entera que hoy por hoy hay hombres y mujeres que protestan porque sufren debido a la explotación de un recurso natural, piensa que esa era está allí todavía. No con el horror de antes, ni con los muertos, ni con los verdugos, pero sí con víctimas que tienen que padecer para otros se beneficien.