El recurso del crimen

En la crónica roja de estos días asombra el caso de Abigal Villasmas. Es un hombre inaudito. De la noche a la mañana, de un solo golpe brutal, se convirtió en un asesino. De profesión comerciante, sin antecedentes policiales en su haber, sin ni siquiera un asalto esquinero, no vaciló en matar con alevosía y ventaja. Es en el presente un criminal prolífico impulsado por la desviada pasión política, por el ciego fanatismo. Cuando se enteró que el señor Hugo Chávez había ganado las recientes elecciones en un país excesivamente violento, extrajo su pistola. Primero, plomeó a las personas con quienes había apostado que ganaba Enrique Capriles. Segundo, acribilló a ciudadanos que celebraban el triunfo del líder bolivariano.

El comerciante ahora es un prófugo de la justicia y en su haber carga 7 muertes. Es un criminal político, un matador vinculado a las urnas electorales. El hecho de efusión de sangre ocurrió en San Francisco, estado de Zulia. Parece el fin del mundo llanero y parece tan lejano de nosotros, los selváticos, Pero no tanto. Porque en cada elección en los verdores, en cada contienda de las ánforas, el grado de violencia aumenta. En las pasadas elecciones la amenaza de muerte escrita en el muro contra Iván Vásquez Varela marcó un punto de quiebre en la jornada de los votos. No es extraño desde entones menciones a sicarios en la política, a garantías para la vida de tal o cual persona.

Un turbio subterráneo de oscuras amenazas, siniestros deseos, añoranzas brutales, late entre cierta oposición y sus bravatas, sus groserías, sus insultos. Se refugian en el medio periodístico y son artilleros
despiadados que enlodan reputaciones, que acusan sin pruebas. No se requiere del crimen para que esa violencia verbal sea dañina, perniciosa, ofensiva. No se necesita de la pistola y del disparo para estar en los extremos del mal  perdedor, buscando la abolición del adversario.