Los tremendos banquetes del poder (VIII)
En los anales del acto de tragar desde el poder, en esa biografía de mandíbulas batientes y panzas desbordadas con plata de otros, el mayor banquete que aconteció en la Amazonía sucedió antes de la comilona del onomástico del prefecto Meder, hecho que citamos en el capítulo anterior. Era el 16 de junio de 1940 cuando el alcalde Marcial Saavedra Pinón, varón de grandes bigotes, buenos y mejores dientes y brutal apetito, convocó a 150 personas a comer como verdaderos glotones.
El motivo de tan sabrosa y nutrida cita gastronómica fue algo inaudito: el viaje a Lima del burgomaestre para hacer gestiones que tuvieran que ver con el mejoramiento de la ciudad. Comida y progreso parecían prójimos, algo absolutamente absurdo. Entonces, se comió no debido a una inauguración, un evento cualquiera, una conferencia o una simple reunión para ver todo lo referente a la celebración de cualquier fiesta. Como si comer desaforadamente fuera necesario para el éxito de la gestión edil, se invirtió casi una fortuna en el menú de ocasión. En las arcas ediles no había plata, como siempre, para tantas iniciativas, pero si para darle el gusto al paladar.
El presupuesto se incrementó debido a la contratación de la orquesta de moda para que amenizara el banquete. Ello hizo que entre acordes y arpegios, entre acompasadas notas de tantos instrumentos y entre letras de populares canciones, los ilustres comensales, seres afortunados que el alcalde tuvo a bien invitar, despacharon los platos preparados con antelación. Música y banquete no se hicieron de rogar y rimaron en esa fecha de mantel largo. Música y comida desde antes de esa cita y después de esa fecha siguen en lo suyo: desperdiciando el dinero de todos y de todas.
En la lectura de los potajes distribuidos a discreción y antojo de los invitados, se podía leer que el burgomaestre tragón volaba alto en finuras de paladar, en exquisiteces culinarias. En la lista de preparados vibraba el sabor y la sazón de crema de ostras, la langosta a la mayonesa, el lomito con chanpigñones, el pavo asado, la ensalada romana. Los licores que encendieron los rostros y alegraron los ánimos, figuraron el Tacama blanco, el St. Emilión, el buen y costoso Champagne.
Es decir, como en el banquete del Prefecto, no existió ni un solo plato de la comida local, de la gastronomía regional. Para la autoridad vecinal de entonces la labor de las madres y mujeres de casa, seres que contribuyen como nadie al progreso de cualquier comida en el mundo, no significaba nada. Ni siquiera el más mínimo esfuerzo. Es posible que don Marcial Saavedra tuviera alguna adicción a los caucheros que no importaban hasta la comida. Es posible que, también, pensara como ciertos misioneros que los selváticos comían hasta cosas asquerosas.
No sabemos si el atildado burgomaestre consiguió lo que quería en Lima. Ignoramos si a su regreso convocó a otro banquete para celebrar sus logros, sus conquistas. Lo que sí sabemos es que Iquitos no ha mejorado mucho desde el costoso banquete convocado por el citado. El dinero del erario edil que se invirtió en tantos preparados se arrojó por la borda, en realidad. Eso es lo triste del gasto oficial de cada comilona: que no sirve para nada en la real biografía de cualquier parte.