La última euforia del fútbol

En nuestra memoria perdura la imagen de un  Francisco Morales Bermúdez en eufórica escena. Vestido con la gallarda blanca y roja, con síntomas de haber mamado licor y dando vivas al Perú carajo, abrazaba a Julio Meléndez y don Marcos Calderón. Eran otros tiempos cuando los peloteros nuestros de cada día podían disputar los primeros lugares. Ir a un mundial era una costumbre. Entonces el poder se acercaba a la selección.  Hoy que el gallardo equipo nacional  ocupa el sector de la cola, ningún  mandatario se muestra tan efusivo. Ni Fujimori, ni  Toledo, ni García,  ni Humala han podido imitar al “Caballero de los bares” como era conocido el aludido mandatario.

El sufrido hincha es el único que tiene fe en la actual selección de don Sergio Markarian,   que más parece un mago de tómbola. En estos días de partidos cruciales, ha agotado las entradas como si estaríamos a puertas del mundial de Brasil. El reciente triunfo ante Venezuela ha desatado una euforia exagerada. Tanto tiempo sin ganar hizo estallar de pronto un ruidoso júbilo como si la clasificación estuviera  a la vuelta de la esquina.  Como tantas otras veces,  la ilusión ciega. El ansia de ganar ya, de una vez por todas, se apoderó de ese sufrido hincha.  Y se supone que el partido de mañana  martes con Argentina es el fin de la agonía y el inicio del camino hacia ese esquivo mundial de la pelota. Pero las cosas no son tan simples o simplistas.

El martes se jugará un partido más de una serie de partidos, de ese todos contra todos,  que es ahora la eliminatoria. Eso es nada más. El problema de la euforia excesiva  es que impide ver la realidad. Y ella indica que la crisis del fútbol peruano tiene hondas raíces que no acabarán así nomás. En un partido y con un resultado. Ganar o empatar o perder son solo anécdotas. Más importante es vencer a esa crisis que nos tiene cerca de la cola en el fútbol continental.