Nada por Leticia
El primero de setiembre de este 2012 se cumplió un año más de la toma de Leticia. En silencio y sin algún programa de celebración oficial o cívico de ese hecho que todavía no está aclarado del todo, la fecha pasó desapercibida y sin afectar el largo y espirituoso feriado. Y más importantes fueron las tómbolas, las ginkanas, las parrandas. Así, una vez más, se desperdició una gran oportunidad de conocer algo o mucho de nuestro pasado. Porque no existe hasta el sol de hoy un calendario de los propios festejos, de los hechos memorables que sea la guía durante el año. Preferimos los festejos ajenos, las celebraciones de otros como si no tuviéramos nada en nuestra historia. La independencia regional del poder castellano, por ejemplo.
La ciudad de Leticia fue peruana hasta las entrañas, y el primero que anunció su pérdida como una nefasta profecía fue ese héroe siempre olvidado, siempre marginado, siempre silenciado, el alférez loretano Hildebrando Tejedo Monteza. El uniformado se rebeló a los 26 años por no admitir el vergonzante entreguismo territorial que las clases dirigentes cocinaban entre las sombras. Todavía el eco de sus palabras resuenan en nuestros oídos cuando anunció, durante el juicio sumario que se le hizo luego de capturarlo, que Leticia nunca más volverá a ser peruana. Así fue en efecto hasta el día de hoy. Nunca más Leticia entre nosotros.
Nada se hizo entonces por esa ciudad que perdimos, como si no supiéramos que la historia puede repetirse. Como comedia o como tragedia. En ese silencio de todos y de todas se puede leer muchas cosas. Nuestro patriotismo es muy débil y más propenso a la grita, la verborrea, el escándalo en la taberna. A la hora de los loros, ese patriotismo es una ficción. No se sostiene en los actos, los hechos. Y seguiremos perdiendo cada año, otra vez y hasta el infinito, a esa ciudad que nunca debió dejar de ser peruana.