Como hemos cambiado
ESCRIBE: Gustavo Vásquez Vásquez
Diecinueve años después son muchas cosas las que han cambiado. La primera edición de Pro & Contra (semanario entonces) totalmente en blanco y negro y que presentaba una simple hoja de dos caras recogía aquel sueño de Jaime Vásquez Valcárcel que veía la luz en aquel momento, ahora se ha convertido en el diario más importante y más serio de los que se publican en Iquitos con doce páginas y portada a colores. En lo material, en el formato, en la presentación Pro & Contra ha cambiado, pero los que hemos acompañado desde el nacimiento a esta publicación sabemos que en su esencia ha cambiado para seguir igual, fiel a sus deseos iniciales.
Hace diecinueve años Iquitos era una ciudad menos desarrollada, con menor población, aunque también es cierto que con menos huecos y menos desorden que ahora. Pero si Iquitos ha cambiado (para bien y también para mal) lo más relevante, lo más importante es cómo ha ido cambiando la sociedad, cómo ha ido cambiando la generación de Jaime que en aquel entonces promediábamos los 20 años y ahora estamos encima de los 40. Como quien dice: hemos dejado de ser el futuro del país y nos hemos convertido en su presente. Aunque bien decía Maurilio Bernardo Paniagua (imposible no nombrarlo y reconocerlo como uno de los grandes culpables de que Jaime sea quien es y con él un gran grupo de esa generación): los jóvenes no deben aceptar ser el futuro del país, o son el presente o no lo serán nunca.
Los años pasan y en estos diecinueve hemos pasado de ser solamente hijos a ser también padres. Hemos despertado a esa hermosa y complicadísima tarea de acompañar a nuestros hijos en el descubrimiento de la vida y nuestro propio proceso de aprender a entender a nuestros padres a través de nuestra propia experiencia. La vida se ve diferente porque ya no somos más aquellos seres con una referencia ascendente directa. Ya no más. Ahora pensamos más en nuestros hijos que en nosotros mismos, no siempre, también es cierto, pero normalmente lo hacemos. Por ejemplo, ahora ya no nos tomamos tantos riesgos o asumimos posturas comprometedoras de manera irreflexiva…. Al menos lo pensamos más y hasta hemos desechado algunas prácticas y costumbres riesgosas que pueden comprometer la seguridad y tranquilidad de aquellos seres a quienes tanto amamos.
Aquellos años de 1993, en que nace Pro & Contra, Jaime llegaba con la experiencia cercana, casi inmediata de la formación, consolidación y posterior letargo de TROCHA Participación y Cambio. Aunque aún tengo dudas si es un tema que le incomoda abordar pero como permanentemente lucha y pregona ser demócrata sé que este artículo no tendrá censuras en ese sentido. Trocha nació en 1,988 en Lima entre un grupo de jóvenes loretanos residentes en Lima que contábamos entre 18 y 22 años de edad. Lo formamos con ese espíritu de rebeldía muy propio de la edad y los años 80 de violencia frontal de la sociedad. Lo hicimos con deseos de cambiar la sociedad, de mejorarla, de hacerlo menos injusta, de crear un espacio para que a partir de nuestra realidad amazónica nos proyectemos hacia la comunidad. Quizás el éxito y el mismo fracaso (que muchas veces están indesligablemente conectadas) radicaban en que el grupo estaba formado estrictamente por jóvenes sin la dirección ni intromisión de personas mayores. Los ideales fueron claros y fuertes. Diecinueve años después Trocha es un hermoso recuerdo con todas las experiencias vividas y muchos amigos que han ido tomando cada uno su propio camino en la vida como arquitectos, comunicadores, artistas, profesores, empresarios pero llevando a la práctica aquella forma de sentir y concebir las relaciones humanas y de desarrollo para nuestra sociedad: aportando cada uno desde su trinchera. Pro & Contra es un resultado también de aquella experiencia. Es un sueño que se gestó también dentro de Trocha. Jaime de acuerdo a sus conocimientos, sus capacidades y apasionamientos lo procreó, le dio forma, lo cuidó y lo acompaña a su lado diecinueve años después.
Aquellos años de inicios de la década de los 90 estuvo fuertemente marcada por el rock en español. Soda Stereo, Los Prisioneros copaban nuestras expectativas musicales juveniles de entonces. Era la expresión contestataria de una población joven que ahora encuentra su respuesta en Daddy Yankee, en Pitbull, en Calle 13 y es que los tiempos cambian, los artistas son otros, los jóvenes de 20 ahora no es nuestra generación pero de igual manera cada generación va escogiendo sus preferencias, va marcando sus ritmos, va afirmando sus propias características. Aquellos también nos permitieron conocer lo mejor de la trova cubana con el gran Pablo Milanés, con Silvio Rodriguez y el descubrimiento de entonces que nos quedó marcada para toda la vida: Joaquín Sabina, aquel perfecto canta autor español que nos enamora a diario de sus músicas, de sus letras y a través de ellos nos enamora más de la vida, por si aún hiciera falta.
Si ahora decimos aterrorizados que estamos en el último lugar latinoamericano en comprensión lectora, podemos afirmar que esta nuestra generación leía más. Al menos ese grupo de gente con intereses comunes, con lugares comunes de encuentro lo hacíamos, ya sea en Lima por razones de interés profesional que se despertaba en nosotros y también (es cierto) en cada encuentro que teníamos de retorno a nuestra tierra. Esa es la generación que creció leyendo a Mario Vargas Llosa, el escritor preferido de Jaime, y sus inmortales La Ciudad y los Perros, La Casa Verde, Pantaleón y las Visitadoras. Aquellas lecturas que nos transportaban a una realidad inmediata tan cercana como la nuestra peruana, totalmente. Así nos permitió también conocer quizás su obra más trabajada y admirable: La Guerra del Fin del Mundo. Un poco más allá, en esta década ya seguimos saboreando la literatura de este premio nobel peruano con la obra que en lo particular me agrada más: Travesuras de la Niña Mala. Es que la literatura que descubrimos a través de estos diecinueve años se nos ha quedado tan dentro que nos permite seguir emocionándonos a través de nuevas lecturas que nos acompañan en el crecimiento a través de estos tiempos y el propio crecimiento individual. Por eso es que descubrimos nuevas experiencias pero manteniendo la esencia forjada en aquellos años. Sería injusto no mencionar que aquellos años inolvidables nos permitieron conocer a grandes escritores como Mario Benedetti, Ernesto Cardenal y al más grande de todos: Gabriel García Márquez. Ahora estas lecturas y las nuevas que vamos incorporando nos emocionan de manera diferente, nos enseñan de manera diferente en esa secuencia lógica que significa a través de nuestra vida la hermosa experiencia de la lectura.
Esta generación que hace diecinueve años estaba más preocupada en estudiar y en divertirse casi como único objetivo de vida inmediato, ha ido asumiendo paulatinamente nuevas responsabilidades. En lo personal, en lo profesional y dentro de la sociedad. Nos ha tocado conducir procesos e instituciones y hemos comprendido que la labor no es sencilla pero sí es posible. Que los males de la sociedad están en nosotros mismos como individuos. Hemos cometido errores que reconocíamos en los adultos de entonces; para aprender hay que equivocarse dicen, pero de nada sirve si no existe un firme deseo de mejorar y aprender de las experiencias buenas o malas, por nosotros, por nuestras familias, por nuestra sociedad de la cual somos actores directos. Esta generación ha tenido que ir aprendiendo prácticamente sola, volviéndose autodidacta en el aprendizaje de la vida misma que sólo se aprende viviéndola. El camino todavía se continúa haciendo.
Cómo hemos cambiado dice el título de una armoniosa canción de Presuntos Implicados, aquella banda española que inmortalizó esta canción allá por 1,991. Dos años antes que Pro & Contra viera la luz. Así este diario ha ido cambiando día a día, año a año. Así hemos cambiado en estos diecinueve años. Hemos vivido, hemos amado, hemos gozado, hemos sufrido, hemos llorado, hemos conocido nuevas personas, hemos asumido nuevas experiencias. Definitivamente: cómo hemos cambiado en estos diecinueve años. Hemos cambiado tanto para seguir siendo igual: manteniendo nuestra esencia.