En cualquier jurisdicción democrática es inaceptable el uso del gorilismo violento, de la mazorquera respuesta, vía el palo, la cachiporra o la bomba lacrimógena, para detener, desviar o dispersar una protesta. Cualquiera que esta sea. En cualquiera de nuestras horas feroces, de nuestros momentos tensos, donde hay colectivos sociales que buscan antiguas y anheladas reivindicaciones, se impone la tolerancia mutua, el diálogo puntual y sereno, como un ejercicio de humanismo elemental, de civilización primaria.
Es por ello que protestamos contra los maltratos a los profesores del gremio sutepista, aunque no estemos de acuerdo con su medida. No por conformismo, sino porque creemos que se deben buscar más eficaces formas de lucha. Y, con firmeza, con todas sus letras, cuestionamos la actitud de altos funcionarios de la administración regional que trataron de esquivar el cuerpo, de cerrar las puertas a los protestantes sin ofrecerles una posibilidad de diálogo. Pero, también, cuestionamos a los petardistas anacrónicos, esos provocadores desfasados que quieren incendiar la pradera, que se enquistan en las filas de las luchas populares.
La figura del maestro maltratado, apaleado, vejado, ha vuelto a aparecer en el escenario de esta ciudad. Esa figura parecía sepultada en las riendas del olvido. Esa figura debe desaparecer lo más rápido posible. Antes que las rencillas estallen sin freno, que los enconos se exacerben, proponemos la instalación de una permanente Mesa de Diálogo donde se busquen los acuerdos pertinentes, y donde se encuentren las soluciones a los justos reclamos de los sufridos maestros de esta parte del país.