Yo recuerdo Bagua

El 5 de junio del 2009, día nefasto e ignominoso, se generó la crisis política más grave del gobierno de Alan García. A la par, una de las fechas más lúgubres y nefastas de la historia amazónica.

Una bomba de tiempo que se ha ido gestando a lo largo del tiempo, silenciosa, intensamente. Ganando terreno en medio del olvido del Estado, entre doctrina cínicas, entre menosprecios y necedades.

Una tragedia digna de la ideología del Perro del Hortelano.

Murieron 34 personas, entre policías y comuneros.  Murieron 24 policías, en una cruel masacre. Murieron 10 pobladores civiles, en medio de los enfrentamientos. Ninguna vida menor que la otra, ninguna muerte más justificada que la otra. Murieron por una decisión política de la que nadie aún, es decir los peces gordos, ha sido juzgado ni siquiera en las lides de la tribuna.

Aquellos, por ejemplo, que segmentaron a la gente, indicando quiénes eran ciudadanos de primera categoría y quiénes no. Como si los peruanos tuviésemos que ser calificados entre quienes tienen el nivel requerido para acceder al paraíso del progreso mercantilista y quienes deben conformarse con seguir siendo testigos lejanos, indignos. Aquellos que opusieron su estrecha y lamentable visión de país, hipotecada a su lamentable sujeción a intereses económicos, a la dignidad y el respeto a los ciudadanos, sin ningún tipo de etiquetas.

Aquellas, por ejemplo, que dieron la orden de atacar a policías que no tenían la menor idea en dónde estaban. Policías que eran también seres humanos, aterrados de atacar a una población enardecida, sin la debida planificación, sin intentar mantener el diálogo, sin hacer caso a los reportes de Inteligencia.

Aquellas, por ejemplo, como la señora Mercedes Araoz, ejemplo vivo de esa terquedad cínica de contraponer la vida a cambio de las inversiones. 34 muertos por un TLC que en el fondo no hubiese cambiado en nada si se aplicaba correctamente el Derecho. La historia se reescribirá y le recordará su verdadero papel en todo el proceso.

Los que mataron, siguen impunes.  Los que destruyeron, libres. Los que tuvieron la desvergüenza de defender la masacre, de no detenerse en los problemas que iban más allá de aquel baño de sangre en la Curva del Diablo o en la Estación 6, siguen ahí, perorando sobre los detalles, mientras el problema sigue inconcluso.

Los que, desde la orilla opuesta, por ejemplo, alentaron con su radicalismo y con la explotación del desconocimiento de la gente, el tremendismo y el caos. Sí, esos que también saben cómo escapar  y asilarse convenientemente en embajadas, mientras sus seguidores quedaban acá, desconcertados.

Tres años después, las actividades de extracción agresiva no se han detenido todavía y aún seguimos esperando que las grandes compañías tengan la necesidad y el tino de consultar también a las comunidades indígenas lo que deciden, a puertas cerradas, con los gobernantes de turno.

Algunos, como el Mayor Felipe Bazán, siguen perdidos en la maraña, esperando el reposo de paz, la tranquilidad de la familia, el luto que viene de la certeza de lo inevitable. Aún su padre lo sigue buscando, con resultados infructuosos, incesante.

Aún hay gente como Santiago Manuín, dirigente awajún mal herido durante los enfrentamientos por tratar de evitar la violencia desde ambos bandos, quien sigue tratando de encontrar la verdad y plantear que desde lo dramático se pueda generar aún una propuesta real de desarrollo para su pueblo.

Tres años, tuvo que llegar un nuevo gobierno para que se aprobara una ley de consulta previa que esperó más de quince en el Congreso. Una ley, por cierto, que no tiene la adecuada reglamentación, que parece ser más bien un saludo de buena voluntad que una herramienta efectiva. Se esperaba mucho de ella. En los hechos, en cambio, no se ha logrado ninguna consulta, ningún acuerdo positivo para diversos diferendos, ningún resultado concreto.

Pensar el Baguazo, tres años después de la tragedia, aún sigue siendo un reto, no solo para quien cree que la Amazonía es un territorio abandonado, donde quien sea con algo de recursos económicos puede trocarlo en explotación irracional de recursos naturales. También para quien se reafirma en la idea de que existe un espacio de vida, sabiduría y progreso ahí, en esos casi dos tercios del territorio nacional, una posibilidad de complementariedad con el resto de la Nación.

Luego de los golpes de pecho, todo parece seguir como antes: la miseria, el abandono, el olvido del Estado.

Esa es la mayor tragedia, quizás la más duradera y lamentable: que el Perú oficial no parece haber aprendido casi nada.

Por eso, en la esperanza de que las cosas cambien sustancialmente, seguimos recordando Bagua, con dolor pero con expectativa.

1 COMENTARIO

  1. Recordar la matanza que solo aleono a los dirigentes y ONG, que asusan a los indios y formar partido con los aquellos que odian el crecimiento de nuestro pais, aquellos comunistas que no pudiero tomar al Perú con sus armas y ahora son defensores de la tierra creando un partido Tierra y Libertad, son ahora estos nuevos comunistas engañando y manejados por las ONGs extranjeras que no quieren que el pais salga adelante y asi sigan recibiendo e enriqueciendose con la pobreza de los chunchos, recibiendo fondos del extranjero. Por eso estos comunistas quieren seguir causando el desorden y la anarquia, ya nadies recuerda la muerte por nativos del medico y sus enfermeros en el Departamento de Amazonas.. SOLO ES PEDIR JUSTICIA PARA LOS ASESINOS.. JUSTICIA, y q se acaben estas lacras de partido que no dejan de crecer al Perú.

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