El peligro de las ollas vacías
En medio de tremenda creciente, empapados por las tantas lluvias de estos días, probablemente al borde del diluvio universal, recordando al malogrado lago Morona y diseñando los próximos cortes de agua en todas partes, la inútil empresa conocida como Sedaloreto se otorga unos lujos impresionantes. Como quien no quiere la cosa, se pierde en asuntos burocráticos, en legalismos que no veía hace poco para pasar piola ante una discordia entre dos funcionarios. Hasta el ciudadano más afectado por los medidores, que nadie sabe cómo miden el consumo de una hora diaria o lo que se zampan mensualmente los cortes, sabe que dicha entidad requiere de un urgente cambio.
Cambio total. De 360 grados como mínimo. Cambio de sus medidores que están por las puras, de su personal que probablemente hasta compra agua potable en la esquina, de sus facturadores que no escatiman cifras, de sus cobradores por un servicio que no prestan. Debe hacerlo ya, antes de que esta ciudadanía iquitense, conformada por seres sedientos que todavía muerden sus cóleras y protestan en los bares, las cervecerías, las cafeterías, pierda los estribos y se lance a la protesta con sus ollas vacías. En nuestra historia local hay estallidos fascinantes, como la de los zapateros que se alzaron en luchas contra la presencia de los microbuses. Porque las suelas de los zapatos no se iban a gastar como antes y sus ingresos iban a disminuir.
La protesta de las ollas vacías ya ocurrió hace poco en esta ciudad, pero pasó casi desapercibida porque fue de poca gente. Pero ese hecho no es una anécdota, una diversión. Es o debería ser una alarma. El peligro de ese horrendo servicio acuático que otorga Sedaloreto es que un buen día se acabe la paciencia y la queja estéril y se desate un alud, una avalancha, de ollas vacías de toda la ciudad, porque nadie de Iquitos está libre de la desgracia del agua potable.