La fiesta del mal amor
El hecho de celebrar la fecha central del amor en pleno mes del carnaval y sus efusiones de chisguetes, de ollazos de agua no tratada, de arlequines, de vacas locas o cuerdas, de aparatosos corsos, de suciedades varias, es de antemano de mal gusto. Pocas cosas hay tan opuestas como el amor y la carnestolenda. La certera cerbatana de cupido y las pandilladas de Ño carnavalón no riman en ninguna parte, ni en la esquina. Sin embargo, en el relajado afán de celebrarlo todo, de divertirse a cada rato, de no trabajar, de pasarla bien, todo el mundo ha aceptado que la fiesta más importante de cualquier vida se celebre cerca a los bandos de burla carnavalescos.
En sentido esencial, el amor no es un invento para mirarse los ojos y decir un par de tonterías bajo la luna. Es el apostolado de la sucesión de la pobre criatura. Garantiza la descendencia y, por lo tanto, la continuidad de la especie. La misma vida está en juego en los brazos y abrazos del amor. Las bastardías latinoamericanas, es una horrible frase. La escribió el nobelado Gabriel García Márquez y no le falta razón. Y nos toca directamente. ¿Dónde está el amor si esa bastardía es una absoluta falta de paternidad responsable, de sincero amor del engendrador al único engendrado?
Las preguntas caen por su propio peso y no son lanzadas por aquellos que pueden sostener que la vida es un carnaval. Ni por el siempre jaranero, borrachudo y divertido rey Momo. ¿Y qué es el amor, de madre y de padre, para esos niños y niñas que nacen de los implacables embarazos adolescentes, rubro donde Loreto anda en el primer lugar? Por lo menos, este catorce de febrero de este 2012, esos seres prematuros, infantes que parecen evidencias de una degradación, tendrán una fiesta del mal amor.