El más vil de los oficios

En el estercolero de la evidente mentira, del sonoro insulto, de la estupidez como argumento, se extravía cierto sector que supuestamente hace periodismo en estos días. En las pantallas de los pobres televisores, en las agredidas ondas radiales, en las garabateadas redacciones, vegeta una falange de esbirros rentados o gratuitos. Ardorosos, vociferantes, zoológicos, se autodenominan como honestos e independientes. Nada de eso es cierto. Porque detrás o adelante, a los costados, arriba o abajo  de sus insultos cotidianos,  están como titiriteros o curtidos manipuladores carcamales de la política y del empresariado machetero y mercantilista.

La mercancía en venta o en subasta o en juego es la revocatoria. Esa hasta ahora desperdiciada ocasión de poner a andar la democracia directa, de conseguir ciudadanía en el alturado debate, se está perdiendo como si nada. El desperdicio es su clave mayor. Porque hay  cada revocador que da miedo o asco. Asco o miedo con sus prontuarios, sus delirios, sus mitomanías, sus vanidades. En  aras de sacar de sus cargos a los que fueron elegidos por votación popular no escatimen toda la gama de la bajeza. La argumentación es bastante pobre, escolar, primariosa.

Al servicio sumiso de esa degeneración de la oposición están esos viles remedos del verdadero periodismo.  Viles porque se vendieron de antemano, porque cobran para rebuznar. Porque carecen de la contundencia de la argumentación. Porque no distinguen entre el cargo y la persona. Porque no respetan nada, ni honras ajenas, ni argumentos de los otros. Lo más increíble del hecho es que ese tipo de campaña baja y rastrera no suele rendir frutos de victoria. La alcaldesa Susana Villarán y el mandatario Ollanta Humala son claros ejemplos de lo que decimos.  No sabemos hasta dónde llegará esa desgracia cívica que involucra a la prensa.  Pero todo esto pasará hacia el olvido. En las memorias quedará entonces con una ocasión perdida el ejercicio de un derecho legitimo, el de decidir el cambio de un gobernante.