Comedia de peloteros

Comedia de peloteros

En evidente ejercicio del infantilismo, en notoria evidencia de inmadurez, ciertos peloteros albos han puesto el grito en el cielo. No por estar al borde del precipicio, ni por jugar pichanguitas a la hora nona de los partidos, ni por carecer de amor propio en el momento de disputar los puntos decisivos. Aullaron con garra y pundonor contra este diario y acuñaron las palabras blasfemia y calumnia contra las denuncias publicadas. Están en su derecho de defenderse con las armas que prefieran, pero no pueden ni deben olvidar que beber en exceso es perjudicial para la salud.  Peor si se gana los porotos con los pies y la cabeza, persiguiendo y pateando una pelota.

El único pelotero que podía jugar mejor después de una muca fue un tal Garrincha. Al parecer, su privilegiado organismo creía que la espuma, el amargor, el lúpulo, el líquido, eran energéticos y dinamizadores de sus habilidades con la de cuero. Pero después de retirarse acabó en la más espantosa miseria por no abandonar la costumbre de las botellas y del salud de rigor. Pero era un caso excepcional. El alemán Paul Breitner, que parecía abstemio hasta en los onomásticos, declaró que ellos le entraban bastante bien a las botellas. Pero no hacían  escándalo y ganaban sus partidos. Entonces licor  y pelota no son enemigos. Menos en el país incásico. 

El pelotero peruano es de armas tomar y vasos beber. No le ha ganado a nadie, no tiene casi nada que celebrar, carece de nivel competitivo, salvo excepciones y suele doparse con los engañosos consuelos del licor. El huayno del desconsuelo, la cumbia del fracaso, el vals de la goleada, anda por allí. Y cuando estalla el escándalo niega su delito. Acusa, ataca, agrede. En lo más aberrante de todo ese espinoso asunto, no admite los errores y las culpas y se defiende con todo. Aquello de errar es humano, no va con ellos. La historia se repite aquí, como comedia. Comedia porque el drama está en la baja del más importante equipo de la floresta.