Escribe: Percy Vílchez
En uno de los tramos de la avenida La Participación estalló una de las cóleras más dominantes de la ciudadanía iquiteña de estos días. Ocurrió este mes de julio que hombres y mujeres, con arengas urgentes, quema de llantas, obstrucción del tránsito vehicular y peatonal, salieron a protestar contra los daños y perjuicios ocasionados por esa creciente repentina, esa inundación de nuevo cuño, que afecta a Iquitos cada vez que llueve. La ciudad oriental ha aumentado su pertenencia al reino fluvial y ahora está sumergida en un colosal universo líquido.
Es cierto que somos del agua, pero no tenemos pacto original con las lluvias que arremeten en estos tiempos de infortunio, y cada quien sufre daños y perjuicios gracias a la inundación que se viene prolongando, gracias al desastre que significó la construcción del famoso alcantarillado. El agua potable siempre ha sido un problema para las autoridades. Recordemos nomás que la primera red de tuberías que se adquirieron no sirvieron para nada. Recordemos los increíbles cortes de agua del pasado y del presente. Navegamos entre varias aguas y hasta ahora no podemos hacer nada contra el feroz incremento acuático entre la calles concurridas.
Lo peor que puede pasar a la ciudad fronteriza es, justamente, ser víctima de las propias aguas celestes, de las inclementes lluvias de siempre. Las crecientes acostumbradas no han hecho tanto daño a la metrópoli rodeada de variados ríos. La urbe ha aprendido a defenderse de esas inundaciones naturales, pero hasta ahora nada puede hacer ante el nuevo ataque líquido. Hay como un vacío, una inercia, en la agenda de las autoridades actuales. El problema se agrava y ya empiezan a mostrarse las protestas contra ese fenómeno que nada tiene de natural y que es producto de la incompetencia, del delirio o hasta de la corrupción.
Es posible que la reciente protesta de la avenida La Participación sea un clamor que irá en aumento, que se incrementará paulatinamente. Porque lo más serio son las pérdidas y los costos de las inundaciones. Los moradores de Iquitos no podrán soportar por mucho tiempo esa agresión a sus vidas. Esa avalancha del agua del cielo tiene ya varios años y nadie hace nada para tomar al toro por las astas. Es hora entonces de empezar a poner el parche a la herida antes que las cosas lleguen a mayores desbordes de protesta legítima.