Escribe:Percy Vílchez
La imagen de ciertos consejeros recorriendo el caos de la llamada alameda de Iquitos todavía perdura en nuestra mente. Era una visita extraña y sin explicación y de todas maneras parecía una inspección o una visita de investigación preliminar a ese lugar tan afectado por el descuido o la ineptitud o la desgracia de costumbre. Desde hace tiempo esa obra se convirtió en un verdadero problema para los moradores de esos lugares afectados, los simples transeúntes, los conductores de autos y demás. Era una desgracia notoria, visible, y las autoridades no decían nada. El tiempo se le vino encima a ese pretendido mejoramiento de las calles centrales de la infortunada urbe fronteriza y nadie hacía nada. De pronto, como un milagro, surgieron los citados consejeros.
No es que esos ciudadanos vivieran en Marte o en otro planeta remoto. Habitan en Iquitos y realizan labores de fiscalización en el gobierno regional pero durante meses no hicieron absolutamente nada para ver esa alameda mal hecha o paralizada. Es decir, el problema estaba allí, ante sus propias narices, y tardaron una eternidad en hacer siquiera una visita. ¿Para qué entonces están las autoridades elegidas, para qué cobran jugosas dietas, para qué dicen representar a los ciudadanos de ambos sexos? Esa conducta, ese retraso, esa demora, de los señores consejeros explica una falencia que permite el avance de la corrupción en tantas partes de la región.
Otra sería la canción si las principales autoridades decidieran actuar con prontitud para ver tantos casos sospechosos que ocurren en la ciudad de Iquitos. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que el colegio Rosa Agustina no se termine todavía? ¿Por qué ninguna autoridad intervino, con decisión y energía, para acelerar los trabajos? Lo peor de todo esa conducta de demora o de retraso deja en el vacío y el abandono a los otros lugares alejados de la ciudad donde la corrupción es invasiva. ¿Cómo entonces acabar con la falta de acción de las autoridades en general?