ESCRIBE:Percy Vílchez
En los anales de las contiendas electorales de este año, destaca con votación propia la reciente elección del líder chino Xi Jinping. En unos comicios dignos de la picaresca del voto, de la burla del poder, el citado acaba de ser elegido para un tercer periodo presidencial del inmenso país oriental. La risible contienda de las ánforas tuvo su salsa y su salero desde un inicio, y tuvo su centro de gravitación en el campo del Poder Legislativo. El resultado electoral de la votación de los parlamentarios chinos fue lanzado por todo lo alto, con estruendo de bombos y platillos y con la exactitud de un mensaje de cifras finales y definitivas. El poderoso mandatario de esta historia obtuvo 2952 votos a favor, ni un voto en contra y ni siquiera una sola abstención. O sea que ganó de punta a orilla.
Lo malo del asunto es que don Xi Jinping compitió solo o consigo mismo. Es decir, en el horizonte de esos extraños comicios, no había ni un adversario, ni un rival, ni un enemigo agazapado. La oposición ni siquiera brilló por su ausencia. Simplemente no existió. Y el mandatario de esta singular y nunca bien ponderada historia no tuvo desvelos o insomnios pensando en una eventual derrota, ni perdió el tiempo imaginando las estrategias y emboscadas de sus posibles contrincantes. Compitió solo, libre de trabas y de estorbos, lejos de zancadillas y trampas ajenas, fuera de cualquier duda a la hora de la insólita votación.
El afortunado señor Xi Jinping en ningún momento pensó que cierta vez en un lejano país, nombrado Perú, un candidato con aficiones dictatoriales también compitió solo como un hongo, y perdió. Perdió no por trampas de sus enemigos sino porque la ley electoral era estricta en el mínimo porcentaje a la hora del conteo de los votos. Tampoco el líder chino supo que hace poco en el mismo país de miércoles dos candidatos al poder consistorial perdieron al mismo tiempo no ante un rival sino ante el veredicto de las urnas letales. El suertudo líder de esta historieta jugosa no pudo perder no solo porque bailó solo, sino porque representa o pertenece a un partido que tiene todo el poder en el país oriental.
Ese poder, que todavía conserva el nombre de comunista aunque a veces ejecuta un capitalismo salvaje, se da el lujo de convocar a elecciones con las cartas marcadas y confiando siempre en la inevitable victoria. El proceso en marcha tiene muchos años y es una democracia de un solo lado, del lado de los que cortan la torta y que tienen el mango o la asa de la sartén. Y los partidarios de esa mamadera convocan a sus propias y reguladas elecciones para seguir conservando el poder.
De esa manera, don Xi Jinping es un llanero solitario en lo referente a la campaña política. Pero no necesita imitar al pistolero de la serie televisiva, ni gritar como un alarido a la hora de combatir contra sus rivales. Pero a la hora de gobernar o de repartir las gangas del mando, tendrá que dejar el laberinto de su soledad y se hará acompañar por los mismos que le permitieron vencer a nadie en unos comicios absolutamente irreales.