Resplandor
Durante algún tiempo, he estado trabajando en un libro que espero salga a la luz en breve. Se llama “Resplandor” e indaga, en medio de los cotidianos devaneos narrativos de la ficción, a través de un mito urbano de mi juventud: la presunta caída de un OVNI en un paraje de la Amazonía peruana, así como los esfuerzos por recuperarlo.
La historia que intento contar a través de esta novela ha tenido siempre ese halo de misterio y penumbras que, como en toda leyenda, le confieren vitalidad y omnipresencia. Sus hilos argumentativos me han llevado a investigar no solamente en parajes y geografías amazónicas, sino en cosmovisiones indígenas, entre instituciones oficiales y secretas, entre colectivos más o menos organizados y en experiencias cercanas de otros países.
La labor, lo confieso, me ha permitido, durante estos últimos tres años, mantenerme alerta entre los meandros de las creencias de la gente, entre la subjetividad de quienes en algún momento han mirado al cielo y han vistos cosas que para ellos les parecen extrañas o inusuales. Me ha permitido conversar con ancianos que han contado su particular visión de las cosas. He visto, una y otra vez, todos los capítulos de una de mis series favoritas de todos los tiempos, Los Expedientes Secretos X. Pero he vuelto a escudriñar en la importancia de las mitologías en la gente.
Durante mi “investigación” (si vale el término), he logrado cerciorarme el porqué las mitologías de los pueblos condicionan a las sociedades, pero no solo a ellas. La naturaleza, los animales típicos, el clima son marcos para la creación y divulgación de leyendas que los tendrán como protagonistas. Como todos ustedes saben, la Amazonía, depósito por excelencia de tradición oral, es un magma para que se generen autores y creativos de diversos mitos.
Lógicamente, las sociedades poseen, escondidas entre lo aparentemente irracional, historias diversas sobre el fin del mundo y sus manifestaciones más intensas. Todo comienzo tiene un epílogo. Y nadie escapa a ellos. Tampoco nadie huye del carácter sobrenatural del origen de nuestra especie, de nuestro planeta, hasta de nuestra cultura.
Entre obsesiones que tienen que ver con trastornos del sueño, invocaciones en lugares desolados, los relatos sobre el llamado Apocalipsis han ido delineándose figuras debido a una necesidad – y una tradición – que se mantiene viva gracias a la oralidad o a muchos mitos. Las historias sobre el fin de la humanidad pertenecen a la misma estirpe de aquéllos que se agolpan en el imaginario local y fundan sus orígenes en la existencia primigenia y ancestral, en lo que ha sido transmitido de generación en generación.
La gente crea y transmite historias extraordinarias, todo el tiempo. Yo he escuchado datos certeros sobre la veracidad de cosas tan alucinantes como el callo-callo gigante u hormigas mutantes gigantescas que moran en los bosques. Cualquier racionalismo las descartaría inmediatamente por tremendistas, embusteras o farsantes, pero ello sería también ir contra ese lado profundamente subjetivo, pagano y animista que, sobre todo en sociedades donde el medio está condicionado por el entorno y la leyenda
En estos tiempos desesperados, hemos escuchado historias sobre invasiones, maquinas construidas con alta tecnología, migraciones desde universos infinitos. Tratamos de buscar platillos voladores, bolas luminosas u objetos aéreos invisibles a los radares. Surgen y se hunden en nuestras aguas, emergen de las profundidades de los ríos. Se multiplican las versiones sobre cataclismos, sobre acontecimientos increíbles. Los brujos y chamanes se erigen como enlaces entre el mundo terrenal y el espiritual, buscando recuperar a los tomados contra su voluntad. La religión y la magia compiten por igual en responder esas preguntas, pero, aún más, se apresuran a brindarnos – o vendernos – soluciones o, en el peor de los casos, algo de consuelo y resignación ante lo inevitable.
Buscamos todo tipo de elementos de captura de imágenes o testimonios del fin de los tiempos. No encontramos respuesta o quizás ninguna respuesta nos conforma. He ahí cuando se generan manifestaciones o quizás urgentes formas de expresión que requieren ser plasmadas. Quizás el fin del mundo puede ser también una oportunidad para el diálogo intercultural y artístico. Que en la propia contemplación de la estética esté el valor total y absoluto de un hecho tan absoluto, pero subjetivo por donde se lo mire.
Hemos puesto muchas veces nuestros rostros a descubierto con el fin de encontrar la verdad. Y aunque lamentablemente la gran mayoría no hemos nacido con la facultad de ver más allá de lo evidente, es posible encontrar tras imaginación y la creatividad (aquellas que ni siquiera la racionalidad del Primer Mundo ni las bondades tecnológicas amantes del pragmatismo han conseguido anular), como para decir con plena seguridad, a pesar de infaltables escépticos y aguafiestas, que el fin del mundo también es una oportunidad, y un gran pretexto, para crear.
He aquí cuando nace “Resplandor”, que en breve espero llegue a sus manos, estimado lector. La verdad no tiene porque ser tan cuadriculada, es lo único que puedo decir; también está allí afuera, esperando que lo revelemos. Yo quiero creer.