De una manera sorpresiva, superando una distancia interminable, derrotando la dilatada lejanía, la plaga del coronavirus arribó a Iquitos. Hasta ahora no se sabe cómo entró esa peste a la ciudad isleña, y las autoridades se reunieron de emergencia para diseñar la estrategia de combate contra ese mal que ya había invadido la tierra cosechando incontables muertos. Sucedió que ante la situación calamitosa a alguna luminaria se le ocurrió explotar en orgias de licor y parranda para evitar que el virus haga su efecto en los cuerpos de los pobres iquiteños. Sucedió entonces que en las oficinas públicas se decretó una chupa descomunal con su baile incluido. El que menos se dedicaba a empinar el codo y parrandear para de esa manera esquivar la acción letal del virus invasor. Muy pronto la ciudad se convirtió en un chupódromo insaciable y las gentes andaban embriagadas pero felices de combatir al temible coronavirus.
De lunes a domingo, desde el amanecer hasta el anochecer, desde la tarde hasta la amanecida, prosiguieron las jornadas de licor y las parrandas en un esfuerzo descomunal por aplastar el virus que no podía entrar a los cuerpos borrachos y en movimiento. Es decir, la peste del coronavirus no pudo asentarse en Iquitos. Ello motivó que en otros lugares se implementara la farra y la chupandanga para acabar con el peligro de esa plaga. Fue así que en poco tiempo el mundo entero se dedicó a beber y a parrandear para luchar contra el virus. En poco tiempo, en menos de lo que canta un gallo, el coronavirus fue desterrado de la faz de la tierra. Pero la costumbre de la chupa y del baile siguió de largo y todo el mundo quería seguir divirtiéndose. Fue así que sobrevino otra plaga, la plaga de los barrochudos y parranderos que querían seguir hasta las últimas consecuencias.
En el presente, el mundo está paralizado y en tantas partes se discute sobre la conveniencia o no de seguir chupando y parrandeando. En Iquitos no hay tiempo para debates y los unos y los otros siguen en la farra perpetua en medio de botellas a medio consumir y del estruendo de las varias orquestas que han nacido para combatir al coronavirus.