ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
“A mis años las novedades importan menos que la verdad”. Jorge Luis Borges
¿Qué es ser mujer de mal vivir con el que siempre catalogan los boletines policiales a las personas que se dedican al meretricio? ¿Quiénes son esos jovencitos de buena familia que de vez en cuando protagonizan accidentes en las calles, ríos y vientos de Iquitos y que, de acuerdo a la pauta publicitaria, los que dicen ser jefes de redacción muestran su sometimiento al poder efímero? ¿Dónde están los personajes de una alta sociedad o mundo de clase A que no conocen ni siquiera el abecedario y se autodenominan poderosos solo porque el pater familia biológico o analógico tiene una billetera donde caben las tarjetas, pero también el cloro que les blanquea la nariz? Iquitos, con la que quiso Dios omnipotente adornar el continente, es un Macondo maravilloso y una Dublín transportada. A veces, muchas veces, no se distingue la realidad de la fantasía, la verdad de la mentira. Y eso la hace más que una isla bonita.
El intento de deslindar lo real de lo imaginario en la literatura es, casi, una estupidez. Linda con lo ordinario. Y, a veces, sucede igual en la vida cotidiana de los pueblos. Cada cierto tiempo en Iquitos, capital de la Amazonía peruana, suceden hechos que nos vuelve un pueblo maravillosamente irreal. Sin convertirse en real maravilloso, lo cotidiano adquiere ribetes de novela, con unos protagonistas dignos de aquella Fermina Daza o aquel Florentino Ariza que la genialidad de Gabo inmortalizó o, para ser borgiano por segundos, se parecen tanto a Rosendo Juárez que el porteño por accidente creó extraída de la realidad. Para no hablar de los Santiago Nasar del nacido en Aracataca que bien podrían caminar por las calles iquiteñas como si de Cayetano Gentile se tratara. Ojo que Miguel Reyes Palencia dio origen a Bayardo San Román y fue éste que en su momento denunció al Nobel reclamando “derechos de autor”.
En Iquitos aún no hay unanimidad sobre si el personaje “El sinchi” de Mario Vargas Llosa es Tito Rodríguez Linares o Luis Barbarán Toullier. Y eso que los protagonistas aún viven. Más allá de la mezcla frecuente entre la realidad y la ficción lo que sirve para este artículo es saber que un Nobel de Literatura tuvo en las calles de Iquitos personajes que le sirvieron de inspiración y que no han sido utilizados debidamente para que la capital loretana aproveche dicha característica. No digamos nada de Pantaleón que con sus visitadoras hizo que Vargas Llosa convirtiera a Iquitos en una ciudad novelesca, más allá del eterno debate sobre la pertinencia de esa conversión o si nos ayuda o perjudica a la fama insensata que nos hemos ganado.
Todas estas situaciones han regresado, nuevamente a mi mente, el último fin de semana, cuando se alborotó el gallinero -y no lo digo por el alcalde que tenemos- por la detención/intervención de un joven de 27 años de nombre Luis Fernando Sanjurjo Rodríguez que, manejando en estado de ebriedad, fue llevado a la Comisaría y dio rienda suelta -una vez más- a la hipocresía colectiva que no es exclusividad de ninguna clase social pero que es síntoma de la realidad que vivimos. Una vez más la realidad sobrepasa la fantasía y en torno a este hecho se han tejido una serie de conjeturas, unas más inverosímiles que otras, pero con un denominador común: ver la paja en el ojo ajeno, sin percatarse de la tremenda viga que se tiene en el propio, como para cumplirse las Sagradas Escrituras.
Y está bien que seamos una sociedad de novela. Una ciudad novelesca. El joven Sanjurjo Rodríguez no hace nada diferente a lo que hacen miles de jovencitos de su edad. Sin embargo, los de su misma clase, por llamarla de alguna forma, han sido los que más han celebrado el delito que ha cometido. Delito, válgame Dios, lo cometen cotidianamente sus “amigos”, esos amigos entre comillas como dice la canción de Fernando Ubiergo. A partir de la detención de Sanjurjo Rodríguez se ha tratado de llevar el tema al ámbito familiar y las redacciones -virtuales todas ellas- han recibido una avalancha de vídeos en los que se observa al hijo del alcalde de Maynas haciendo travesuras en público. Unos más, otros menos, todos contemporáneos suyos, repiten en los centros de baile esas mismas travesuras. Es decir, nada nuevo bajo el sol de Loreto. Y quienes se rasgan las vestiduras son aquellos padres de familia, con madres incluidas, que dicen no salir de su asombro cuando se hacen de la vista gorda al notar que sus hijos hacen igual o peores cosas que el hijo de la autoridad.
Iquitos -geografía que ha servido para que escritores como Paco Bardales, Santiago Roncagliolo, Mario Vargas Llosa, Roger Casemet, Avencio Villarejo, Ovidio Lagos, Miguel Donayre, Gerald Rodríguez y más, den rienda suelta a sus fantasías- ha sido la que en su momento disfrutó de las excentricidades de Fitzcarraldo, Julio C. Arana y una serie de extranjeros que dispendiaban lo obtenido de una manera tan rápida como la corriente de los ríos que surcaban. En plena época del caucho los hijos de esos comerciantes perversos cometían perversidades con sus semejantes. Cuenta la historia que, inclusive, un cauchero en Yurimaguas, celebraba su cumpleaños dando de beber cerveza a sus vacas y toros porque disfrutaba ver borrachos a sus animales, además de sus peones y capataces. No vayamos tan lejos. No se precisa. Hace poco, es un decir, unos jovencitos se pusieron rápidos y furiosos muy de madrugada y embistieron contra lo que era la mejor discoteca de Iquitos y todos se rieron porque los protagonistas eran “jóvenes de bien”. Hace poco un “viejito de bien” -que se mata porque le elijan presidente de un centro social- chocó su recién estrenado carro último modelo de segunda mano contra la pared de una vivienda y pasó piola porque su billetera le permitió ser reemplazado por el alcahuete eterno y todos quedaron felices y contentos limitándose a carcajearse del accidente en las reuniones de clubes de beneficencia. Años atrás un “loquito”, heredero de una fortuna y un apellido respetable, no tuvo mejor idea de vengarse de la estafa de una vendedora de droga que empotrando su volquete contra la fachada ubicada en la esquina de la Pablo Rossel, calle que desde los años de la pera sirve para abastecer los vicios de los viejos y nuevos adictos que nos ha mandado el destino. Es risible ver cómo los “niños/jóvenes de bien” de la ciudad se creen los dueños del mundo porque tienen quien les cargue la maleta mientras ellos se acomodan los lentes bamba de una marca mundial camino al Club de Caza y Pesca, donde tienen una chalupa que ellos llaman yate, de la que deben la guardianía mensual sin darse cuenta que ese mismo garbo sólo les serviría para ser el hazmerreir de cualquier club campestre de Europa o los yunaites. Cómo no va ser digna de una novela ver a los “viejitos bien” comprar autos de marca de segunda mano en Lima, rebajando precios, solo con la finalidad de igualarse con los de su especie que han traído el modelito desde la frontera. Cómo no va ser de película ver a los que se computan la última chupada del mango cuando sólo llegan a ser la manzana de la discordia en el mundo empresarial ya que tienen que refinanciar la tremenda deuda en los bancos motivados por la vida dispendiosa que les gana el respeto de los que a sus espaldas no escatiman tenerles desprecio. Cómo no va ser de fantasía que hace poco más de cuatro décadas a las “familias bien” de Iquitos les importaba un comino si sus herederas probaban el pepino de quienes se paseaban en motos de alto cilindraje y carros financiados por el clorhidrato porque las apariencias no los engañaban y lo que importaba, siempre importó, era pasarla bien sin mirar a quién. Cómo no va ser digno de un cuento aquel personaje que circula con circulina por Iquitos y que es el infiel representante de los “viejitos bien” porque ha tenido descendencia con una dama que podría ser su bisnieta y que todos aplauden el desparpajo y hasta le han reelegido presidente de uno de los clubes más prestigiados del mundo porque incumple todos, absolutamente todos, los requisitos que esa transnacional dice obligar a sus asociados. Cómo no va ser parte de una trama novelesca que los millonarios que en vida se han dedicado solo a acumular dinero, desde la tumba, vean cómo disfrutan esos billetes los que en su momento combatieron como pretendientes de sus hijas y que hoy se ríen hasta que suene sus dientes y se pasean con el pecho hendido que unos murmuran como pechos fríos.
No celebro los excesos del joven Luis Sanjurjo Rodríguez. Absurdo fuera. Celebro -porque en cierta forma me da la razón, digo- lo que observo desde que tengo uso de esa misma característica en los pasillos y calles de Iquitos. Que tratamos de ser críticos con el vecino cuando omitimos ver lo que está más cerca de nosotros. Mismo Charamama, ese personaje de la mejor novela de Alfredo Bryce Echenique que, teniendo las habilidades de curandero y brujo a la vez, siempre estaba a la orden para predecir el futuro de la gente que le consultaba, pero nunca pudo adivinar que la hija la saldría puta. Dicho esto, desde la literatura, aunque haya sido extraída de la realidad, sin duda. Así que los Santiago Nasar, Miguel Reyes Valencia, Sinchi, Rosendo Juárez y más deambulan por Iquitos. El joven Sanjurjo, cual Pantaleón Pantoja si desean, ha revivido la literatura amazónica evidenciando esa condición inequívoca de hipocresía que toda sociedad necesita para ser tal. Gracias, joven Sanjurjo, porque ese incidente sin daño a terceros, nos ha puesto en agenda lo literario que somos y que nunca -debemos- perderla.