En las últimas semanas que han sucedido levantamientos sociales importantes en Bolivia y Chile han vuelto a recordarnos a los latinoamericanos una especie de mala suerte perpetua o estigma sanguíneo que hay en función a la visión de nuestra población en torno al desarrollo o futuro de la región. Un continente rico con una población pobre o peor aún, con una población que no sabe, no puede salir de la pobreza.

Las muertes y la inestabilidad ha querido ser vista como un capítulo más de la larga cadena de enfrentamientos y conflictos entre grupos sociales o raciales que no pueden llegar a ponerse de acuerdo en qué país quieren ser en Latinoamérica o en el mundo. Pero hay otros puntos de vista que advierten, con mucha razón además, que no se trata más de lo mismo, sino en el reclamo de una clase social media que ha adquirido mayor conciencia de su rol.

El caso de Chile es básicamente una reacción al ahorcamiento económico de una clase media que exige tener mayores condiciones y para eso cuestiona las leyes impuestas desde el gobierno militar. En el fondo, algunos señalan que sin líderes o consignas propiamente dichas están volviendo a tener una visión más social o estatal de ciertas áreas de la economía sin que represente un retorno a la posibilidad socialista.

En lo que se refiere a Bolivia, por más que ha aflorado una lucha racista y clerical sobre el rol del Estado, algo que ha sido una constante en el país altiplánico, el enfrentamiento cuestiona la forma de actuar del Estado, incluso debatiéndose si hay intromisión internacional o no. Cuándo pase la violencia estamos seguros que los bolivianos se plantearán una pregunta válida, muy actual y pertinente. ¿Qué forma de sociedad y modelo económico es correcto en función a su realidad.

Estas protestas se pueden considerar “nuevos vientos” en un espacio continental que estaba dormido o sedado aparentemente. Estas luchas, que en algún sector podrían ser criticadas, vistas por sobre el hombro, minimizadas o calificadas peyorativamente como un arranque juvenil o manipulación, en el fondo cuestiona la forma de desarrollo del continente y ese sólo hecho representa una nueva mirada de su situación. A pesar de las víctimas o muertes, hace pensar que la política tiende a renovarse de manera más efectiva y fiscalizada por las sociedades.

Lo que también cabe preguntarse es si esta nueva ola de renovación alcanzará a nuestro país o realmente ha sido catalizador disolver el Congreso y a sus impresentables o si la economía no era el problema de fondo en la percepción de los diversos sectores en el país, ese capítulo con sus nuevos actores o interpretes seguramente lo veremos en los próximos meses.

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