Con el paso del tiempo, es muy difícil encontrar en Iquitos áreas verdes destinadas al público en general. Poco a poco se han ido talando y destruyendo la mayoría de espacios donde se pudiera descansar de nuestras naturales inclemencias del sol.
Incluso, yo creo que ahora es cada vez más difícil salir a la calle en Iquitos cuando el sol se presenta con fuerza. No sólo por el calentamiento global, sino también porque ya no quedan casi espacios de sombra. Diríamos que la ciudad capital de la Amazonía peruana no tiene mucho que ofrecer como pulmones que brinden oxigeno y absorban la contaminación, el ruido y las altas temperaturas.
En el país del cemento y la selva de concreto, parece que hemos llegado a la consecuencia alterada de cuanto menos árboles mejor. Si eso viene acompañado de presupuestos inflados y negocios bajo la mesa, muchísimo mejor. Irónicamente, el más importante espacio verde urbano es el Fuerte Vargas Guerra, que, como todos sabemos, aún pertenece a las Fuerzas Armadas y a ésta no le interesa perderlo. Un lugar de ejercicios militares en medio de la ciudad. A eso se suma 70 mil motocicletas, 30 mil motocarros (la mayoría sin tubo de escape) y una contaminación sonora que nos ha situado como uno de los más bulliciosos de Latinoamérica.
Mientras existen autoridades que no tienen la mínima idea de cómo solucionar el grave problema de la seguridad ciudadana y existen candidatos a quienes el temor al calor (y al casco) les parece haber achicharrado varias neuronas del cerebro, la ciudad sigue adoleciendo de focos donde el derecho fundamental establecido en la Constitución a un ambiente sano y equilibrado sea una realidad. El sueño de la ciudad sustentable parece muy alejado de nuestras cotidianidades, al parecer.
Esta semana, gracias a algunos operadores turísticos preocupados por el desarrollo de las condiciones básicas para que llegue a Iquitos y al Amazonas un número importante de turistas con alta capacidad de invertir en servicios en nuestra zona, he podido finalmente acceder a los pilares básicos de una ciudad que siempre me pareció un modelo de desarrollo sostenible en el tiempo, no sólo en el ámbito sanitario, ecológico y de transporte, sino también en cuanto a valores educativo, culturales e incluso espirituales. Me refiero, sin duda, a Curitiba, capital del Estado brasileño de Paraná, con casi 200 mil habitantes.
Se ha dicho que Curitiba no solo es una urbe que mira al mundo con una idea muy clara de lo que quiere y cómo quiere ser recordada (al estilo de Austin, Texas-Estados Undios), sino también un espacio donde sus ciudadanos miran al mundo con una mentalidad creativa y respetuosa de sí misma. Evidentemente, la historia de Curitiba no siempre fue hermosa y memorable. Antes del cambio, existía un desorden y un caos inimaginables. Hasta que alguien con la suficiente autoridad y capacidad de liderazgo, decidió cambiar las cosas. El modelo curitibano, ejemplo a nivel latinoamericano y mundial lleva aplicándose desde hace más de 60 años, los últimos 30 con verdadera y exitosa fruición.
Hay una idea básica que mueve el cambio: la convicción del potencial de una ciudad como agente transformador. Aprovechar los recursos sin comprometer las reservas para las futuras generaciones. Planificar urbanamente. Ordenar y reordenar. Creer en la óptima calidad de vida, la cual no pasa por invertir en obras elefantiásicas y a veces inútiles, sino en el recurso humano, en la educación, en el desarrollo de la tecnología. Pensar en todos. La antigua supervisora del Instituto de Investigaciones y Planeamiento de Curitiba, Liana Vallicelli, lo sintetiza rápidamente:
“La calidad de vida en Curitiba es el resultado de la integración y de la continuidad de las políticas básicas de gestión de la ciudad en los últimos 30 años. Curitiba demuestra que creatividad, soluciones simples, acciones efectivas y respeto por la población hacen posible enfrentar los desafíos intrínsecos a las ciudades de los países en desarrollo. Es con ese espíritu que (se) trabaja y busca el desarrollo sostenible, transformándose en un centro de excelencia en las áreas de urbanismo, transporte público, medio ambiente, desarrollo de softwares, producción de design. (…)Curitiba invierte en la gestión local para la solución de los problemas de la ciudad, en una causa compartida por toda la comunidad”.
Todo en Curitiba está previsto. Por ejemplo, en 1965 se instauró un Plan Regulador de planificación y se ubicó a todas las fábricas en el área oeste de la ciudad. La decisión no sólo correspondía a la capacidad y fertilidad del suelo, sino que la dirección del viento evitaría la contaminación urbana. Además, existe un programa de reciclaje llamado Cambio Verde, que recoge todo aquello que puede ser usado nuevamente (artefactos, mobiliario, madera, etc). En las “favelas” (equivalente a los pueblos jóvenes locales) se hace un trueque laboral de conseguir estos e intercambiarlos por alimentos. El gobierno compra a los agricultores su excedente no vendido y luego se les entrega a estas comunidades pobres, a cambio de que contribuyan a mantener la ciudad limpia.
Lo del transporte público es fabuloso, pues se prefiere el colectivo al individual, evitando la contaminación. El sistema de transporte es un autobús expreso que circulaba en carriles. Ahora existen varias líneas que se unen en paraderos. Los carros públicos están identificados con colores y hay una sensación de orden increíble. Además es barato y rápido.
Pero Curitiba es también una ciudad verde. Increíblemente verde, tan verde que a su costado Iquitos parece uno de los lugares más áridos del planeta. Grandes jardines, parques al aire libre, alamedas, en las cuales invierte el gobierno estadual y el gobierno federal. Se ha creado en las escuelas el programa de Alfabetización Ecológica, parte fundamental del currículo de enseñanza. Este programa consiste de una serie de actividades que pretenden reforzar la educación como enlace para el desarrollo de una conciencia social y de ambiente en los niños. Otro programa es el Piá Ambiental, donde los niños y jóvenes aprenden de jardinería y siembra de huertos; además conocer las nociones básicas de salud y alimentación.
La oferta artística es fabulosa. La gobernación destina ingentes cantidades de dinero y apoyo logístico a motivar la creación y sostenimiento de librerías, cines, cafés, festivales al aire libre. Las ideas que nos muestra Curitiba son increíbles. En algunos casos, una sana envidia se apodera de nosotros al ver cómo se ha logrado edificar una hermosa infraestructura cultural como La Ópera de Alambre, repleto de áreas verdes, lagos artificiales. Hay una cosa increíbles y es ver cómo los postes que sujetaron antaño los cables eléctricos ahora son las bases de la Universidad Libre del Medio Ambiente, una joya de diseño arquitectónico.
En fin, es difícil resumir en pocas líneas una historia de éxito que tiene largos años de planificación, seria, responsable , con políticos capaces y sensatos que piensan primero en su ciudad y no en sus réditos personales inmediatos, con inversión del gobierno central en programas educativos y de concientización ecológica, con sindicatos y organizaciones que responden al llamado público y con ciudadanos responsables, que se ponen la camiseta colectiva y ponen el hombro para el desarrollo general. Difícil, pero no imposible.