ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Estoy consternado. En esto de la muerte soy seguidor de Jorge Luis Borges. La muerte no hace santo al patán. La muerte tiene que dar dimensión humana a quien le llegó el fin terrenal. Si el alma existe, discusión inacabable, que sea una discusión de las almas que van buscando cadenas.
No se me ocurre ni siquiera escribir algún texto de pésame en “los post” que han escrito sus hermanos, primos, amigos y demás familiares. Apenas puedo teclear alguna frase en las redes sociales. ¿Porque esta muerte me duele tanto? ¿Porque esta congoja atrevida que me deja absorto? ¿Será porque después de cinco décadas vividas ya uno se va codeando con la muerte, como si para ello hubiera una edad límite? ¿Porque era exalumno agustino? ¿Porque si mil vidas tenía las mil las entregaba por su patria? ¿Porque dejaba más alto que los pies que volaba el nombre de Loreto? ¿Porque era un militar atípico en este mundo de los malulos?
Indago, periodista al fin, entre sus amigos. Los que cada vez que podían marcaban su número y le explicaban cómo estaba la juerga en Iquitos. Ven por acá, deja de trabajar un rato, deja de volar, le decía. Él, militar al fin, les invitaba a Ilo, a Moquegua, su centro de operaciones. No sé si alguna vez les invitó al VRAEM, porque ahí se codeó con la muerte y siempre la esquivó a pesar que los narcoterroristas -vaya mezclita, eh- le tenían en la mira.
El último sábado -no es crueldad decir último- junto a su hermano Jorge unos amigos iquiteños le llamaron desde el centro de una parrillada invitándole a regresar por unos días a su tierra. Él siempre con la misma respuesta, vengan por Ilo, Moquegua, Tacna, Arequipa.
Allá por los meses finales del 2012 le encontré como piloto en un vuelo hacia Moquegua, desde Arequipa. Cuando se enteró que el presidente del Congreso era loretano se ofreció a conducir el helicóptero y cuando me vio en la escalera medio tembloroso alcanzó a decir: chato esto es más seguro que las canoas de nuestra tierra. Yo le creí, confieso que le creí. La mayoría de veces que le encontré o era en algún aeropuerto hablando bondades de su profesión y de su institución. He indagado entre sus amigos para que me digan cómo ha sido la vida militar de Luis Boullosa Chávez, conocido también como Nero, Moroco, Negro y hay una frase que la repito: “Hizo en la vida real lo que Rambo hizo en un estudio de cine”. Carajo. Es una frase digna de un epitafio. Sí, señores. Relean el artículo escrito por Gustavo Gorriti el 2011 y se darán cuenta que Moroco -así le llamaba su amigo Lizardo Soto, según cuenta su otro partner Gerardo Barba- era un capo. Para Gorriti era “Mono” Boullosa, una figura legendaria en el VRAE. ¿Ser legendario en el VRAEM? Carajo. Cosa seria.
¿Amaba el peligro? No sé. Pero se inyectaba vida y mucha adrenalina cuando volaba a cualquier hora del día -entiéndase día como un todo en medio de la noche- para rescatar compañeros que habían sido heridos por los combatientes del peor de los terrorismos. Y en esos vuelos también el resultaba herido. Sus aventuras aeronáuticas, contadas por él mismo y repetidas por quienes querían escucharlo, son cinematográficas. Llenas de heroísmo, de amor a su patria, a su institución. Creo que siempre estaba consciente de la cercanía de la muerte. No sólo por su trabajo aéreo sino por las balas que llegaban a su “fierro” desde la tierra. No creo que haya estado consciente que la muerte le llegaría en un vuelo de instrucción. Porque, a decir de los entendidos, son los menos complicados. Pero, ya se ve, el peligro mortal siempre existe. Y su caída y explosión o explosión y caída es la prueba de ello.
“Resulta difícil aceptar que un piloto capaz de exprimir hasta la última gota de maniobrabilidad a un Mi-17 en situaciones de combate y de mantener el vuelo de aeronaves acribilladas a balazos, haya muerto en un accidente de instrucción. Ojalá que las investigaciones sobre el accidente puedan explicar cómo ello pudo suceder”, escribió Gorriti después de enterarse de la muerte y recordarnos su artículo del 2011. Porque los que conocíamos de su intrepidez y maniobrabilidad con los “tocotoco” nos sentíamos más seguros cuando él piloteaba las naves. Había sobrevivido a los ataques más arteros y certeros de los narcoterroristas y jamás de los jamases podíamos imaginarnos que encontraría la muerte en un clima de paz, por más vientos encontrados de las playas de Ilo.
Que ironía la muerte de Luis Boullosa Chávez. Se dice que murió calcinado y sus restos serán cremados porque ésa era su voluntad. Y su institución en comunicado oficial señala lo de siempre “que iniciará una exhaustiva investigación para conocer las causas del accidente y sancionar a los responsables”. No espero mucho de eso. Solo espero que alguna entidad, de las tantas que han estrenado cargo este 2019, tenga una iniciativa histórica para que las actuales y próximas generaciones conozcan quién fue en vida Moroco, cómo trabajó Mono, cómo murió Nero. Más que su muerte, su vida debe servir para, como bien recordó Gorriti en el 2011 decir “si hay algo de lo que un hombre jamás se arrepiente / es de haber sido valiente”. Y, usted, coronel Luis Boullosa Chávez, ha sido recontra valiente. De esos que entregan su vida para salvar la de los demás. Y nos ha puesto en agenda un tema que debería ser tan inmortal como usted: hacer el bien sin mirar a quien. Luis Boullosa Chávez, ¡¡¡Presente!!! Luis Boullosa Chávez, ¡¡¡Presente!!! Luis Boullosa Chávez, ¡¡¡Presente!!! Y unas lágrimas necesarias por su partida, por su muerte. Porque eso que los valientes no lloran es una frase pronunciada por los cobardes. No salgo de mi consternación y, si de algo sirve, esta edición de Pro & Contra, se la dedicamos a su vida dedicada. Todos le lloramos, coronel, todos. No sólo por haber hecho en el VRAEM lo que Silvester Stallone hacía en los estudios cinematográficos, como me escribió su promoción agustino Héctor Soto Arrué, sino porque el honor fue su divisa.