El Perú se iría al abismo definitivamente si mañana los cinco candidatos, en el conteo final de los votos, un año después del 10 de abril, empatan en todo. Hasta en comer en público, cantar canciones de otros con voces de cerveceros y acudir prestos a programas cómicos a padecer con sonrisas bromas y escarnios. Desgraciadamente, por el viejo caudillismo, por el caciquismo de siempre, no podría haber cinco presidentes al mismo tiempo, sentados en una misma silla y despachando sin tregua los asuntos estatales. Desde luego, los gastos en comidas, licores y otros rubros importantes para la buena marcha del gobierno, ascenderían hasta las nubes viajeras.
Imaginar en el escenario político peruano de hoy un empate múltiple y quíntuple, no es una burla o algo descabellado. Porque el actual empate técnico revela que las cosas están que arden, que cunde el caos. No hay nada claro. Se acabó el primer lugar como punta de playa o puesto de vanguardia. Se acabó el líder inalcanzable. Se acabó la estrella que arrasa multitudes. No es nada del otro jueves esa especie de confusión en la punta de acuerdo a las encuestas. Este país es un consorcio de islas, un mosaico fragmentado, donde los intereses de unos se oponen a los intereses de otros. Cada candidato, con su puntaje apretado y tan cercano a la de su rival, expresa los intereses particulares.
El empate en la punta de tantos aspirantes a habitar la mansión que alguna vez ocupó don Francisco Pizarro, por otra parte, expresa que el elector peruano es una incertidumbre, una duda, una inseguridad. Cambia sin tregua, porque no tiene información debido a su desengaño crónico de la política. No se define con convicción. Es una contradicción. Es posible que lo que mejor le expresa es que esta contra la corrupción, pero está dispuesto a vender su voto al mejor postor.