Cuando uno cree que los errores de otros y la aparición de nuevos rostros en la política puede llevar a que se exhiba un nuevo estilo de hacer campaña electoral y que, por ende, llevará a elegir mejor a las autoridades, se tiene que concluir que los que pretenden gobernarnos a partir del 2019 serán iguales o peores que las actuales autoridades, lo que ya es decir bastante.
Hace varios meses, en algunos casos desde el día siguiente de haber perdido las elecciones del 2014, las paredes, paneles y programas noticiosos han sido los medios en los que cualquier mequetrefe e improvisado –combinación atroz para cualquier entidad- ha proclamado su precandidatura. La fórmula que han usado los antiguos y nuevos es la misma: crear un símbolo, seleccionar unos colores, mostrar una foto bien “photoshopseada” y ser entrevistado en cualquier medio diciendo generalidades absurdas y contratar “trolls” en las redes para apoyar la candidatura e insultar a los posibles contrincantes.
Debido a ello hemos asistido, con notorias excepciones, a un festival demagógico donde los candidatos que ya “triquean” se han unido a los “nuevos”. Ambos repiten vicios antiguos. Y así no vamos a avanzar, ni siquiera detenernos sino retroceder. Se han producido broncas, incluso, por la administración de locales partidarios y la titularidad de la representación de uno y otro partido de alcance nacional. Sería comprensible aquello si la disputa fuera en el ámbito ideológico. Pero esa pugna es por cuotas de poder donde los que aportan exigen los primeros lugares. Y esos aportantes son los que campaña tras campaña financian a los candidatos en una combinación putrefacta de usura con política. Y lo más curioso, lamentable y hasta bochornoso es que en los medios de comunicación se los distingue y se los quiere hacer pasar como distinguidos. ¿No será posible despercudirnos de esos personajes y comenzar de una buena vez el recambio que la situación actual exige? ¿Por qué los candidatos topan las puertas de los constructores mafiosos con encuestas truchas debajo de los brazos para pedir financiamiento si saben que con ello no solo hipotecan su posible gestión sino que no podrán gobernar con autoridad y decencia?
En los últimos días he visto con repugnancia cómo la mayoría de precandidatos se esfuerzan por aparentar dadivosidad con dinero de otros. He notado que la mayoría de precandidatos ni siquiera se esfuerzan por elaborar un bosquejo de plan de gobierno porque se preocupan en la chocolatada navideña que, dicen, les asegurará votos. Más de lo mismo. La misma manzana podrida que ya nos dieron de comer en otras oportunidades. Ya está bueno de tanta payasada en nombre del pueblo ¿no creen?