Después de varias repasadas un párrafo me rompía la cabeza. Era éste: “El repechaje será pan comido y estaremos en Rusia. No necesito una calculadora para pensar todo esto: las cifras aparecen con claridad, de tanto repetírmelas. Y el fíxture me lo sé de memoria desde hace dos años. Gracias, muchachos. Ya puedo sentir la emoción, la historia, la magia”. Fue escrito en abril, cuando eran pocos los que tenían la esperanza que Perú se clasifique. Yo, sí, yo, uno de ellos. Callado en mi pesimismo, pero bien enterado en mi “optimismo bien informado”. No era de los que colocaba en la redes la foto de Ricardo Gareca junto a Laura Bozzo como una burla y desprecio a ambos ¿recuerdan? No creía en la selección. No cuesta decirlo, pero duele, dolía. Sí, dolía.
Fueron poquísimos, también, los que escuchaban mi proselitismo deportivo de la mano de lo que Juan Manuel Robles había escrito en el semanario “Hildebrandt en sus trece”. Lean ése artículo, les habré dicho a algunos desde que se publicó hasta el día mismo del partido con Nueva Zelanda.
Juan Manuel Robles, quien escribió un libro de excelentes biografías y pertenece a la generación 39 de Bogotá, estuvo alguna vez por Iquitos invitado por Tierra Nueva. Así que era conocido. Le encontramos en el Hay Festival de Arequipa y en medio del ajetreo festivalero le preguntamos: ¿Clasificamos? Y entre risas y dudas contestó: “Si empatamos 0 a 0 y vamos a penales no merecemos ir al Mundial”. Emprendió la retirada con los amigos de su generación. Pero, dijimos, es su forma de optimismo. Nos quedamos con lo escrito en abril.
Por eso, cuando Farfán nos regaló el primer gol, sigilosamente acudimos al archivo donde teníamos guardado el artículo completo. Ya en el segundo tiempo con el gol de Cristhian Ramos decidimos publicar. No sólo porque fue premonitorio. Es una crónica de autoayuda, autoestima si quieren. Para los incrédulos e ingenuos. Para los que después del primer partido con los neozelandeses dudaban de la clasificación cuando la misma ya estaba escrita, como las Sagradas Escrituras, que se cumplen porque están escritas. Además de optimismo histórico, el tiempo le daba la razón conforme se disputaban los partidos.
Gareca nos eliminó y Gareca nos clasificó. Juan Manuel Robles la escribió clarita: clasificamos porque clasificamos. Al ver la algarabía generalizada y las calles inundadas de gente deseosa de celebrar uno se contagia de ese desborde. Han pasado 36 años y así como varias generaciones de futbolistas no tuvieron la oportunidad de clasificar a la final de un mundial, también hay tres generaciones de peruanos que no supieron qué era una clasificación. Y tuvo que venir Gareca –el mismo que con su gol eliminó a Perú de México 86- para devolvernos la alegría. Mientras releo por enésima vez el artículo de Juan Manuel Robles, retumba en mi mente esta frase: Vuelvo a creer en ti. Ojalá sea para siempre, con las disculpas por haberlo hecho tantos años como demoró el retorno a una final mundialista.