Tengo el convencimiento de que si, en este momento, el presidente Kuczynski decidiera cerrar el Congreso, recibiría el respaldo de una abrumadora mayoría de la población. Uno camina por la calle y encuentra un escenario popular irritado y de pesado vocabulario que entrelaza arrepentimiento, furia y mofa contra los congresistas, sin mucha distinción de nombres, bancadas o posturas frente a la coyuntura política. La verdad es que este fenómeno no es nuevo. Dar un voto por un candidato congresal y después remorderse por haberlo hecho, ha devenido -hasta cierto punto- en una rutina en nuestra historia política reciente que se repite cada cinco años.
El origen de esta frustración anunciada es diversa. Hay candidatos a congresistas que en sus campañas ofrecen de todo, se computan alcaldes, gobernadores y hasta ministros, y hay intonsos que caen redondos en el engaño y recién abren sus ojos cuando el susodicho ya está cómodamente sentado en su curul. Hay congresistas que lo son porque han podido pagar el cupo que oferta un partido equis o zeta, aunque no lleguen a cubrir mínimamente el perfil de competencias que debería exigirse a cada aspirante a parlamentario. Hay otros que se suben a la ola electoral del momento y llegan a encumbrarse en la cifra repartidora con el arrastre de la votación que levanta un candidato presidencial, aunque no sepan exactamente en qué consiste la labor que van a desempeñar en los próximos cinco años. Con una que otra honrosa excepción, ése es el camino para ser congresista. El resultado es una factura de pobreza legislativa, fiscalizadora y representativa que la pagamos todos.
Desde Orison Pardo, aquel legendario diputado por Loreto que, ya sea en oposición o en gobierno, tuvo un comportamiento ejemplar y una producción legislativa insuperable en las dos veces que le tocó representar a nuestra región, no conozco, no he visto, no he oído, ni he leído hasta el momento de ningún otro que haya estado a la altura de la excepcional responsabilidad que implica llevar en los hombros el encargo reivindicativo de un pueblo. Encargo que no es, no debe ser, únicamente de protesta, de pose discursiva o de indignación fingida, sino más bien de propuestas legislativas trascendentes y factibles, de concertación y síntesis vigorosa de los diversos puntos de vista, de gestión laboriosa -sin metidas de mano o de pata- en pro de la tierra de la que son misioneros.
Volviendo al tema de la disolución del Congreso. Decía que habría un respaldo masivo a una hipotética decisión de cerrar el Congreso, pero a pesar de eso, sé que el presidente Kuczynski no lo tomaría. No por pusilanimidad o porque “no tiene los pantalones de Fujimori”, como aviesamente pretenden ciertos ignorantones metidos a opinólogos. No lo tomaría porque, guste o no a sus detractores, Kuczynski es un demócrata, respetuoso de las reglas de juego que impone el estado de derecho. No me imagino a Kuczynski liderando un autogolpe, utilizando a las fuerzas armadas para fines protervos, persiguiendo a sus opositores, capturando los medios, comprando conciencias con montañas de dólares y buscando la reelección. Es una pachotada pedirle a un demócrata que cierre el Congreso, a pesar de que con el nivel tan bajo que exhibe este poder del Estado, no faltan ganas de que un despropósito como ése se vuelva realidad.
Constitucionalmente, para que Kuczynski revoque el mandato parlamentario, es decir disuelva el Congreso -como muchos piden- debe cumplirse estrictamente la única condición posible: que el Congreso censure o niegue la confianza a dos Consejos de Ministros. Eso nunca sucederá, porque como cualquier mortal que cuide sus intereses, la intención -que no cuestiono- de los 130 congresistas es quedarse los cinco años de su mandato parlamentario. Por tanto, debemos acostumbrarnos a convivir con interpelaciones individuales de ministros, tal como lo hemos visto en este primer año. Debemos prepararnos también a seguir soportando las fanfarronadas de Vitocho, la “agudeza” intelectual de Bienvenido “alzheimer”, los ex abruptos de “chismoso” Morales, el figuretismo desahuciado de Lescano y Galarreta, a más de un montón de bravuconería, chocarrería y de torpeza individualista.
Parece que de nada nos sirvió librarnos de robacables, robaluces, mataperros, comeoros, comepollos, cocaleras, proxenetas, lisuratás, planchacamisas y lavapiés del Congreso anterior. Ojalá que para la próxima elijamos mejor.