Cuando todo se convierte en mercancía, como en el juego, este pierde su fulgor, se desprecia. No hay duda que vivimos tiempos del capitalismo salvaje que lo fagocita todo. Se difumina el brillo del esfuerzo. Una de las definiciones de juego adoptado por el diccionario de la RAE es: “Ejercicio recreativo o de competición sometido a reglas, y en el cual se gana o se pierde”. Pero ante todo, el juego es una ficción. No es la realidad. Como bien señala la definición, es entretenimiento. Ese entretenimiento lo veíamos hace un tiempo atrás. Donde todo era más cándido. Pero en los tiempos actuales donde el deporte se ha convertido en un océano de inversiones, el juego ha dejado de ser entretenimiento. El exagerado sueldo de los deportistas (sobre todo en el fútbol europeo o el baloncesto en Estados Unidos para citar unos ejemplos) se ha vulgarizado ¿cómo se puede afirmar que Pepe Guardiola o Mourinho son buenos entrenadores si tienen un talonario ingente de dinero para fichar a buenos jugadores? Me parecen ante todo que son allenatori sobrevalorados. En este mismo camino, tenemos que las apuestas han destruido el juego, que deportes como el fútbol o el tenis, hayan perdido su glamour, lo digo por las mafias que han sido descubiertas por la policía. En esta línea de asesinar el encanto están las cámaras de televisión para dirimir jugadas dudosas. Antes, en esos tiempos de la inocencia, se dejaba al árbitro para que sentenciara. Equivocado o no, era él quien ponía más humanidad al juego, al entretenimiento. Que se puede ganar o perder, era y es parte del juego – en este lado de la península ibérica los talibanes quieren matar a los árbitros y se desconfían de ellos, en el fondo no creen en las reglas de juego salvo las de ellos. Con la presencia del árbitro se nos dice que esto es un juego, que es una ficción. Algunos ciegos no se dan cuenta que esto es un juego que cuando se mezcla política y deportes (aquí en España son muy proclives a mezclarlos, quizás porque la realidad en la que viven sea muy plana y aburrida) sacan a las personas de las cavernas. Pero por las cantidades de dinero invertido en esos deportes, propios y extraños, reclaman que se pongan esas cámaras de televisión ¿quieren al milímetro vigilar la inversión? a pesar que muchos de los fallos arbitrales le beneficiaron, a los que reclaman esas benditas cámaras durante el juego. Adiós inocencia y al juego como entretenimiento. La mercancía lo puede todo.
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