Con su característica voz pausada, el Presidente Kuczynski ha señalado hace unos días que “si queremos progresar, debemos colgar a los rateros”. Siendo una verdad de Perogrullo, la frase no admite mayor discusión en cuanto a su sentido de causa y efecto, pues es una forma alternativa y coloquial de decir que la corrupción es una de las causas principales de la pobreza de un territorio. A mayor corrupción, mayor pobreza y nulo progreso; a menor corrupción, menor pobreza y más progreso. Por tanto, la ratería deviene en el enemigo central del progreso.
Pues, hay que acabar con la ratería. En un país en el que del diez al quince por ciento del presupuesto público, o sea unos 20 mil millones de soles, aproximadamente, se pierde en corrupción, no cabe duda de que hay que colgar a los rateros. Porque esos 20 mil millones de soles, utilizados transparente, eficiente y eficazmente cada año, hubieran servido para reducir el déficit de 300 mil millones de soles que actualmente tiene el Perú en infraestructura de transportes, salud, educación y saneamiento. De allí que quien roba al Perú, no puede ser si no un ser infeliz, un antipatriota indigno, un detestable individuo ante quien no queda otro remedio que colgarlo.
Colgar a los rateros, por supuesto. ¿Pero qué significa colgarlos? Ciertamente no significa ponerlos una soga en el cuello y mandarlos a la horca medioeval. Eso es lo literal. Entendido metafóricamente, colgar a los rateros significa sancionar rigurosa y aleccionadoramente a los corruptos. Para mí, eso está claro. Lo que puede ser discutible es de qué manera los colgamos porque hasta ahora se han ensayado muchas fórmulas legales, se han diseñado y aplicado diferentes sistemas de control, se ha creado y ampliado las instancias de participación y vigilancia ciudadana, se han establecido rendiciones de cuentas en las instituciones públicas, se ha implementado el ministerio público con locales y un número de fiscales nunca antes visto, se han triplicado los sueldos a los jueces, y sin embargo, la magnitud de la corrupción ha ido en aumento ¿Cómo se explica eso?
La explicación es sombría. La magnitud de la corrupción no se manifiesta únicamente en los montos de escándalo de la coima, o en las obras inservibles por doquier que se sobrevaloran o que se construyen mal. Se manifiesta paralelamente en la terrible constatación de que cada vez hay más peruanos envueltos, o relacionados o con actitud colaborativa en algún tipo de corrupción, o también indiferentes a ella. Es decir, somos una sociedad en la que la base de la corrupción se ha expandido. Somos una sociedad con rumbo a la septicemia social, una situación degenerativa que une en un solo yugo a políticos, gobernantes, empresarios, periodistas, jueces, fiscales, funcionarios, empleados, profesionales y hasta ciudadanos comunes y corrientes.
Porque es ratero el gobernante que pide 20 millones de dólares de coima para influenciar en la entrega de la licitación de una obra. Es ratero el político que financia su campaña electoral con dinero sucio del narcotráfico o venido de algún gobierno dictatorial. Es ratero el oenegero que recibe decenas de miles de dólares de la cooperación internacional y lo invierte en bienes superfluos propios y no en la población beneficiaria a la que va dirigida la donación. Es ratera la autoridad que toma la política como negocio para lucrar ilícitamente.
Es ratero el empresario que se enriquece con el reintegro tributario a costa de la gente. Es ratero el periodista que recibe diez mil soles para defender a una autoridad y atacar a los adversarios de ésta. Es ratero el fiscal que no acusa y el juez que no sentencia ya sea porque le han quebrado la mano o porque le han aceitado la billetera. Es ratero el funcionario que pide un “cariño” para entregar una buena pro o para girar un cheque. Es ratero el ciudadano que acepta la ratería.
¿Cómo les colgamos a todos ellos, Presidente Kuczynski?