Los entiendo. Para ellos debe ser doloroso comprobar que aquellos en los que creían fervorosamente no eran más que vulnerables ídolos de barro. En su momento, y durante 30 años, creyeron con delirio que Fujimori, Vargas Llosa, Toledo, Humala y otros que fundaron partidos familiares, nacidos alrededor del objetivo de llegar al gobierno y no a la conciencia del pueblo, estructurados gelatinosamente y sin creación ideológica propia, representaban la nueva política frente a los políticos tradicionales. Les convencieron que eran el dechado de honestidad y buen gobierno que requerían los peruanos frente a los que ya gobernaron, especialmente frente a Alan García, su tan odiado contrincante.
Todos ellos hicieron su fiesta electoral utilizando a Alan como piñata favorita. Una andanada bárbara de agravios, prejuicios, manías, conjeturas sin ningún sustento derivados del rencor gratuito, caricaturas burlescas, titulares acusadores comprados con plata de los contribuyentes, fueron instalando en el cerebro de gran parte de las generaciones de los noventa para adelante la leyenda negra de que Alan García -y por extensión los apristas- era sinónimo de corrupción. Esa suerte de “programación” cerebral de rechazo automático alimentada constantemente por información falsa, se hizo tan sólida que yo pensaba hasta hace poco que “desprogramarla” era una tarea imposible.
El escándalo de Odebrecht, sin embargo, vino a develar la verdad. “Solo la verdad os hará libres” dijo el profeta Juan hace dos mil años, y cuánta razón tiene. Actuando como un potente antivirus que nadie imaginaba, el caso Lava Jato va liberando la verdad. Y la verdad es que aquellos que se proclamaron la reserva moral del país no han sido sino unos grandes impostores de la moral. La verdad es que todos aquellos que hicieron de piñata electoral a Alan, terminarán como las piñatas electorales de todos los tiempos. Y la verdad es que el tan aborrecido Alan sale limpio de este escándalo, no porque la haya sabido hacer -tal el argumento brutildo y anodino de sus adversarios- sino porque simple y llanamente Alan no está en la negra relación investigada trabajosamente por la justicia norteamericana y brasileña.
Por eso entiendo el sufrimiento de quienes han vivido toda su vida detestando a Alan. Ver desfilar en el escándalo los nombres de sus preferidos políticos pretéritos o presentes, pero no ver el nombre de Alan, debe ser angustiante, sin duda alguna. Escuchar que los ramales de la corrupción de Odebrecht se extienden de Toledo y Humala, a la señora Villarán, a Popy su gurú, a las agendas de Nadine y Verónika, al grupo El Comercio que tiene de accionista a Graña y Montero socio de Odebrecht, pero no escuchar nada de Alan, debe ser verdaderamente atormentador. Saber que Toledo está con orden de captura internacional, que Humala está prohibido de salir del país, pero que Alan puede irse sin restricciones y regresar para asistir a cuanta citación fiscal, judicial o congresal le convoquen, debe ser ominosamente trágico.
Esta frustración les produce furia. Viven su duelo ante la caída del tinglado político que por tres décadas les mantuvo sentenciando cegada y obstinadamente a Alan. Esa misma ceguera que les ha impedido ver las corpulentas trozas en sus propios ojos y en las de sus líderes. Sin embargo, lejos de hacer contrición, ensayan respuestas torpes y esperanzadas en algunos casos, y furiosas en su mayoría. Esperan, por ejemplo, que por gritería mediática metan preso a Alan, olvidándose que en esa misma torpeza fracasó el fujimontesinismo con su prensa de nalgas grandes y de montañas de dólares. Anidan la esperanza de que algún corrupto de los que han sido capturados señale a Alan, obviando adrede que ese señalamiento debe sustentarse en pruebas veraces y no en imputaciones burdas y fabricadas de las que ya hemos visto varias. Rebuscan noticias viejas o adulteradas y los difunden como si fueran ciertas, sin darse cuenta que hacen el ridículo. Cuando ya nada de eso funciona, entonces viene el insulto de siempre, el memeo caviar, la ofensa barata, la vocinglería. Frustración y furia, causa y efecto.
Estamos ante un shock psicológico, político y social de grandes proporciones. Hay un momento de duelo, una catarsis de frustración y furia en los antialanistas y antiapristas. Hay que comprender eso. Por la salud de todos.