Marzo del 2010.
¿Qué cosas verdad? Necesitabas un libro y yo era el único que lo tenía. Está claro que si no me lo pedías – con la sola excusa de verte – igual te lo hubiera ofrecido. Lamento haber quedado contigo a una hora y haber llegado 10 minutos después. Todo a consecuencia de los nervios producto de esta “supuesta” primera cita.
Me pides que te explique el contenido del libro, lo hago sin sacarte los ojos de encima. Trato de intimidarte y no lo consigo, me rindo en la lucha, retomo fuerzas y te pregunto ¿Cómo estás? Bien, me respondes.
Mis diálogos te encierran, intento crear la oportunidad perfecta para verte de nuevo, afirmo que necesito pronto mi libro. Y tú, sonríes y dices claro, en dos semanas te lo doy. En el silencio de mi memoria digo, dos semanas son demasiado tiempo para volver a verte.
El reloj marca las 10 de la noche, y aun no quiero desprenderme de tu lado, de tu aliento y de tu televisión modelo ochentero que acertadamente sintoniza el noticiero. Temo incomodarte, retomo las buenas costumbres, es momento de despedirme. Me acompañas a la puerta, me despido de la señora que lava los platos en vuestra cocina, giro un poco la cabeza y coqueteo con las mascotas que tienes recostadas sobre el mueble.
No me resigno, te invito a tomar algo, aceptas (y yo me alegro). Unos minutos más a mi lado, me prometo a mí mismo no aburrirte con mis conversaciones. Sin embargo, no lo consigo, no controlo mis palabras, y tú lo notas. Ríes hasta el cansancio, presumo que diviertes conmigo y eso me sonroja, me emociona.
Vamos por 2 emolientes. Mientras los prepararan me dices que la sábila se mastica y me río de la estupidez que acabas de decir. Segundos después lo notas y también ríes conmigo. ¿De dónde sacas que la sábila se mastica? Te pregunto.
Finalmente nos despedimos, quedamos en vernos en clase y que tras 2 semanas me devuelves el libro. Me pides que publique más cosas en mi blog. Insistes en que cuelgue una crónica diaria, no te lo prometo, te digo que intentaré publicar 3 por semana y que esta salida sería una excusa para escribir. Por supuesto ni te imaginabas lo que escribiría. Ya me contarás después que me leas.