Este año se va Fidel Castro y es este mismo año que tuve la oportunidad de conocer Cuba. Recorrí las calles de La Habana, donde conversé con muchos cubanos, aquellos que pese a la crisis económica por la que atraviesan, pues perciben un ingreso mensual que no supera los 20 dólares americanos, mantienen la amplia sonrisa y una amabilidad incomparable que te hace sentir que estas en el país de las maravillas. Gente muy hospitalaria.
Conocer La Habana Vieja a bordo de un “almendrón” –que es como llaman a los Chevrolet, Dodge, Ford, Oldsmobile o Mercury norteamericanos de los años cincuenta-, te traslada a esas épocas de apogeo cubano, estancado en el tiempo y con un guía turístico que al mostrarte las antiguas edificaciones te habla de un Fidel Castro admirable, a quien le deben todo.
Me quedé sorprendido, pues mientras visitaba los lugares históricos de La Habana, este personaje con ropa que delataba el paso del tiempo, me decía constantemente que todo lo que tienen se lo deben a Fidel, a quien llamaba “el maestro”.
Ahí estaba el guía cubano, con un ingreso mensual mínimo, con restricciones para comprar productos de primera necesidad, pero con una admiración increíble hacia su maestro, el militar revolucionario.