Un dirigente político con rostro que le resbalan las cosas señalaba enfáticamente y sin complejos que es este un país normal y que la gente hace cosas. Desde entonces, como sudaca de la floresta, anotaba como un poseso lo que es vivir en un país normal y que la gente hace cosas, dije para mis adentros debe ser muy diferente del mío donde el sedimento jurídico estatal es muy superficial y donde las personas tienen memoria corta. El contexto en que se vivía era de euforia, despilfarro y desmesura que impulsa la bonanza económica (también añadir, de estética de nuevo rico) pero que en sólo unos años se pasó a una suerte de depresión y desánimo al reventar el castillo de endeble cimiento de la burbuja inmobiliaria. Aunque, no solo en ese país. Luego la opinión pública se enteró que detrás de esta borrachera económica de falso desarrollo había casos de corrupción descomunales. Muchos de esos responsables caminan todavía, como Pedro por su casa. La corrupción era tanta que hasta los lugares cercanos a las playas comenzaron a heder. Todos y todas se tapaban la nariz. Es más, se decía, y parece probadamente cierto, que el mismo dirigente que glosaba que se vivía en un país normal y que la gente hace cosas, estaba implicado en estos casos de uso de dinero en negro en la doble contabilidad del partido. En los diarios día sí y día no, publicaban casos de corrupción de más dirigentes políticos del partido del país normal, ellos lo tomaban a cachondeo y con burlas a los denunciantes. La gente presumiblemente tenía hartazgo de esos podridos dirigentes políticos, eso decían las encuestas más serias. Quería un saneamiento urgente de lo que estaba ocurriendo. Hubo unas elecciones y la gente que decía que estaba harta de esos casos de corrupción volvió a votar al partido que era sindicado como responsable de la misma. Me dije entonces luego de anotar en mi libreta, ah, esto es vivir en un país normal.