Por Filiberto Cueva
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Un ciudadano paraguayo, propietario de un bar llamado “Kaf café” en donde casualmente no se vende café y solo hay una foto de Franz Kafka del tamaño de una hoja A4 me cuenta que Silvio Rodríguez está de gira por España y que el 29 de abril se presentaría en Valencia. Me lo dice con expresión alegre y triste al mismo tiempo, la primera porque admira a Silvio, la segunda, porque al no tener quien lo reemplace en el bar, no podrá ir.
El paraguayo me sugiere que vaya. Es como si al no poder cumplir una misión, se la encarga a un amigo cercano y fiel “che vos tenés ir a al concierto de Silvio” me dice, con una fuerte expresión en sus ojos.
Tomo entonces, como mía la misión de ir a ver a Silvio, enterarme de qué novedades nos trae y suspirar mientras canta “Mi unicornio azul”. Es así que me pongo en contacto con su oficina de prensa para acreditarme como periodista y asistir al concierto.
Dado el día, voy al concierto. Horas antes había estado en una reunión a la que había que ir con saco y corbata. Ropa con la que no me sentía cómodo, no facilita el aplaudir, moverse libremente de un lado y dejarse sorprender por la voz y espíritu de una estrella. Pero vamos, ya estaba ahí.
Silvio inicia el concierto presentando varias canciones de “Amoríos”, su último disco, lanzado en su natal Cuba en diciembre del año pasado y llegado a Europa a finales de abril de este año. Amoríos resume su máxima esencia en sus más cincuenta años de carrera musical y poética.
Silvio combina sus canciones entre diálogos, alguna historia – todas interesantes – y aunque comunista no soy, este me parece un tipo por demás interesante, al que hay observar y estudiar en todas sus dimensiones. Cuenta la historia que la inspiración por la música, le vino por parte de la madre y que su música estuvo prohibida en varios países de América Latina por su cercanía a la revolución cubana.
Con el correr de los minutos y atento al análisis de sus experiencias, recibo un mensaje de Verana, amiga de una amiga, quien me dice “Lucía me ha dicho que vendrías al concierto de Silvio. Yo también estoy aquí”. Me alegré de ese mensaje, pero entre cientos de personas, fue imposible encontrar el rostro de Verana.
La estrella continua tocando la guitarra. Este espectador clama al término de cada canción que la siguiente sea “Mi unicornio azul” que lo es todo para mí.
Me siento bien escuchando sus anteriores canciones, pero yo, solo quería “Mi unicornio azul”… y cuando parece que el concierto se está por acabar sin un unicornio a la vista, me retiro. Puesto que al final, todas las puertas se llenan de gente y es imposible encontrar transporte para volver a casa… me voy, entre decepcionado y dolido. Quizá más dolido que el paraguayo que no pudo ir al concierto.
Al cabo de 10 minutos de estar fuera del estadio Verana me envía un vídeo con la grabación de “Mi unicornio azul”. Silvio había guardado el unicornio para el final.