El actual Congreso,  con la mayoría fujikeikista  y con le presidencia del candidato más votado,  Kenyi Fujimori, es digno de por lo menos un premio concedido por Donald Trump. En la historia de los curules nunca se ha visto lo que ahora se contempla con estupor.  Sucede que todos los días y las noches los legisladores agrupados en Fuerza Popular acuden al recinto parlamentario cargando tubos de plástico. Esos tubos son de diferente tamaño y  grosor y  sirven para conectarse a un tubo más grande y más grueso que se encuentra en la mesa del presidente.  Los parlamentarios oficialistas se sientan en orden y con disciplina y,  sin hacer caso de las protestas de las otras bancadas,  se dedican a lanzar sus propias leyes.

En todo momento los congresistas citados redactan a las volandas sus proyectos, les meten por los tubos que cargan y les envían al tubo mayor como mensajes cifrados y codificados. Luego se van a comer algo por ahí o a sus casas. Es decir, los parlamentarios de la nueva mayoría no pierden su tiempo en sustentaciones, ponencias, litigios, discusiones y debates prolongados. Porque sus proyectos muy pronto se convierten en leyes gracias a la labor del tubo mayor que recepciona esos escritos. De esa manera, y no de otra, las leyes de los fujimoristas son aprobadas con rapidez tal y como lo anunció un congresista entusiasta por haber obtenido la mayoría. El mismo mencionó el tubo y todo el mundo creyó que se trataba de un símil o de una metáfora pero el referido hablaba de un tubo de verdad.

Ese tubo madre, manejado personalmente por el presidente del Congreso y sus asesores, reúne todos los proyectos remitidos por los legisladores y luego los despacha hacia las redacciones de los diarios afines. De esa manera esas leyes son aprobadas sin ninguna controversia. Diariamente el tubo mayor recorre las calles de Lima cargando las leyes que tienen que ver, en la mayoría de los casos,  con la liberación del encarcelado Alberto Fujimori.