Faltando poco para el día central de las elecciones generales del 2016, los candidatos se dejaron de formas más o menos civilizadas y se embarcaron en un torneo de tachas e impugnaciones. Nadie escapó a ese intento de acabar con el adversario político y la entidad encargada del voto tuvo que procesar las denuncias. Estas resultaron ser verdad la mayoría de las veces y así la campaña se quedó sin candidatos, pues todos fueron declarados fuera de la contienda. No hubo tiempo para reclamos ni pataleos y en ese desierto no se realizaron las elecciones, pues no había por quien diablos votar.
Entonces se impuso preparar unas nuevas elecciones con otros candidatos que nada tengan que ver con tachas e impugnaciones. Pero todo salió al revés porque fue como la vez anterior y todos acabaron tachados por sus oponentes. En el país había un vacío clamoroso que era el no poder llevar a cabo las elecciones. Se imponía el invento de algo novedoso para elegir al presidente y los congresistas. Fue así como se inventó la modalidad de la lucha inglesa para elegir y ser elegido.
El que quiere ser candidato tiene que entrenar duro para la hora de competir con un selecto grupo de rivales muy hábiles para tumbar a sus oponentes. Si logra doblar los brazos que se le presentan está apto para competir con los otros candidatos que también han logrado vencer. Si logra vencer a todos y a cada uno de sus rivales está apto para desempeñarse como presiente de la república. Los otros, los que ocupan distintos lugares en la contienda, se convierten automáticamente en parlamentarios. Esa forma de elegir ya tiene varios años y viene demostrando una eficacia sin controversia y los que quieren ser candidatos entrenan todo el año para derrotar en la dura y complicada lucha inglesa a sus eventuales contrincantes.