En un extremo del mercado de Belén, como un vendedor ambulante más, estaba el varón vendiendo manuales para sumar y restar. Para llamar la atención de los paseantes, soplaba un silbato, hacía su propaganda con esmero, hablaba de rebajas y otras ganas que beneficiarían a los compradores. Desde hacía unas semanas había aparecido en ese lugar cargando sus manuales y desde entonces no se movía de allí. Desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche se dedicaba a vender con verdadero afán. Y estaba alerta para detectar la presencia de los custodios del orden que tenían orden de capturarlo y llevarlo a Luya. El flamante vendedor era nada más y nada menos que el alcalde de dicho lugar, Nilo Villacrez.
El cambio sucedió cuando fue denunciado por vender manuales de suma y resta mientras se desempeñaba como burgomaestre. En la plaza de Armas de Luya fue sorprendido en ese menester y de inmediato los periodistas de ese lugar le hicieron una fuerte campaña para que dejara de perder el tiempo y se dedicara a sus asuntos consistoriales. El cuerpo de regidores le amonestó seriamente por incentivar esa actividad comercial y le amenazó con someterle a disciplina si es que insistía en vender esos manuales. El señor Nilo Villacrez se enfureció ante esas intromisiones en su vida particular y, sin decir nada, abandonó el alto cargo vecinal y de la noche a la mañana se dedicó a comerciante ambulatorio en varias ciudades de Amazonas.
Cuando se dio cuenta de que era perseguido, zarpó para Tarapoto. Sus perseguidores no le dejaban en paz y estuvo en Moyobamba, Lamas, Rioja. Después pasó a Pucallpa ofreciendo sus manuales cerca al mercado número tres. Más tarde viajó a Yurimaguas y no tardó en afincar en Iquitos, ciudad que le parecía ideal debido a la abundancia de comerciantes ambulatorios.