El temible candidato Donald Trump vive ahora recluido en su propia casa. No puede salir de allí en ningún momento debido al veto general que existe sobre su persona. Después que el esperpéntico personaje propuso la prohibición de la entrada de cualquier musulmán a los Estados Unidos, a alguien se le ocurrió prohibirle que le hiciera una simple visita. El veto parecía una cosa folclórica, pero pronto otros ciudadanos aparecieron por ahí prohibiendo muchas cosas a Donald Trump. En un principio este creyó que se trataba de una broma pero cuando le sacaron a la mala de uno de los mercados de su ciudad natal, pensó que la cosa iba en serio. De una manera silenciosa ciertos ciudadanos yanquis habían abierto una conspiración contra el citado como una manera de resucitar el diente por diente y el ojo por ojo.
El candidato Trump quiso sortear esos escollos con elegancia o con una grosería, pero no le fue tan fácil, pues de todas partes le botaban. Era el colmo que a él, un hombre adinerado, no le dejaran entrar en los lugares que frecuentaba habitualmente. Lo más grave aconteció cuando le botaran de uno de sus bares preferidos. Las elecciones ya habían pasado y él tuvo que interponer varias querellas para que le devolvieran sus lugares de antes. Pero la furia estaba desatada y los líderes de las calles contiguas a su casa lograron prohibirle que circulara a cualquier hora por allí. Ello fue el inicio del enclaustramiento de por vida de aquel hombre represivo.
El señor Trump no puede ahora salir de su casa por orden judicial y, además, nadie le quiere ver ni en pintura. Esta condenado a no moverse de su casa, a vagar sin rumbo por su propia huerta. Sobre sus hombros esta la amenaza de su captura si es que se atreve a internarse en lugares prohibidos.