Gabel Daniel Sotil García
Profesor principal de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP)
A través de los tiempos, siempre los bosques han sido zonas a las que se les ha atribuido innumerables misterios que dieron origen a un repertorio de mitos y leyendas, sean escritos u orales.
Con respecto a las selvas de la Amazonía, estas han motivado a través de la historia mitos, originados por la ignorancia, la incomprensión y la codicia de los que la vieron en forma superficial. Para unos fue un infierno verde y para otros un paraíso en el que se ocultaban grandes riquezas que debían ser acopiadas o explotadas por gente foránea. El fracaso de muchos de los que se atrevieron a penetrar en sus profundidades alimentó el carácter de misteriosa que se le dio a la región.
La ambición y la codicia de los aventureros españoles que llegaron a América en el siglo XVI, convirtieron a los pueblos indígenas en botines de guerra a quienes con un vandalismo sistemático los despojaron de todos sus objetos culturales que hubieran sido hechos con metales preciosos; las mismas que aumentaron afiebradamente cuando recibieron información, tal vez mal entendida, de que en la parte noreste del Tahuantinsuyo, existía un país en donde abundaba el oro y la canela, especias muy cotizadas en aquellos tiempos en Europa.
Aprovechando la paz impuesta por la conquista, el marqués Francisco Pizarro, gobernador del Perú, siete años después de haber ejecutado a Atahualpa, ordenó cuatro expediciones en 1539 que salieron desde el Cusco. Una, hacia la región de Chile al mando de Pedro de Valdivia; la segunda; al Río de La Plata (hoy Argentina) a las órdenes de Diego de Rojas; la tercera, hacia la zona de Madre de Dios al mando de Pedro de Candia; y la cuarta, de gran expectativa, que iría en busca del país de “El Dorado y la Canela”, a las órdenes de su hermano Gonzalo Pizarro, quien a la vez fue nombrado gobernador de Quito.
Gonzalo Pizarro, después de muchos preparativos, partió de la ciudad imperial del Cusco a mediados de 1539, con rumbo hacia Quito. La expedición estuvo compuesta por 200 españoles y 3000 indígenas aculturados auxiliares; a los que se sumaban 100 caballos, perros de caza y buen número de llamas cargadoras de provisiones. Todo esto tuvo un costo de 70 000 ducados o escudos castellanos.
La reconstrucción del itinerario de acuerdo a las crónicas de Pedro Cieza de León, nos ha permitido saber que los expedicionarios pasaron por Huamanga (Ayacucho), Jauja y Huánuco, en donde tuvieron que enfrentarse contra los ataques indígenas, permaneciendo algunos meses para restablecerse después de haber recibido el socorro y la ayuda de las fuerzas de Francisco de Chávez, mandadas por Francisco Pizarro desde el Cusco. De Huánuco los expedicionarios bajaron a la costa, pasando por Lima, Trujillo y San Miguel de Piura para, finalmente, llegar a Quito en diciembre de 1540. Luego de dos meses de preparativos para dirigirse hacia el oriente, los viajeros parten a fines de febrero de 1541 con 220 españoles y 4000 indígenas, no sin antes invitar al gobernador de Puerto Viejo (Guayaquil), don Francisco de Orellana, a participar en la expedición, quien llegó a Quito cuando ya Gonzalo Pizarro había partido y tuvo que darle el alcance meses después en el camino.
Está demás imaginar las penurias sufridas por estos aventureros al atravesar la frígida cordillera y, después, soportar las inclemencias del trópico húmedo de la selva de altas temperaturas y lluvias torrenciales; pero, la idea fija de enriquecerse con el hallazgo de El Dorado y la Canela, les daba fuerzas suficientes para seguir adelante.
Después de algunos enfrentamientos con grupos indígenas, durante una caminata de 70 días, Gonzalo Pizarro con su gente acampó en un lugar llamado Zumaco, en donde le dio el alcance Francisco de Orellana con su contingente.
La situación era por demás calamitosa. Se contaron bajas por extrañas enfermedades y por falta de alimentos. Sacrificaron a los caballos y llamas. Cuando llegaron a las orillas de un gran río, construyeron un bote y navegaron unos sesenta días. En el trayecto fueron atacados por guerreros que trataban de impedir la entrada de extraños. Llegando al río Quijos, cuando ya la situación era insoportable, Gonzalo Pizarro decidió que su lugarteniente Francisco de Orellana avanzara con unos setenta hombres como vanguardia de reconocimiento para buscar víveres para el grueso de la tropa e inspeccionar si había condiciones favorables para seguir adelante.
Francisco de Orellana nunca volvió para encontrarse con Pizarro; siguió por el río Napo en donde encontró acogida de parte de un pueblo indígena ribereño, permaneciendo el tiempo necesario para construir un nuevo bote.
Muchos historiadores han considerado como una deslealtad y como una traición la actitud de Orellana de no volver al campamento de Zumaco, dejando a Pizarro abandonado a su suerte, pero, se debe precisar que era casi imposible navegar en contra de la corriente en el tipo de embarcación que tenía.
Francisco de Orellana siguió por el Napo y el día 12 de febrero de 1542 ingresó al gran río Amazonas, que en aquel tiempo los indígenas llamaban Paranaguasú, recorriéndolo en toda su longitud llevado por la corriente hasta llegar a su desembocadura en el Atlántico, para luego dirigirse a la isla de Santo Domingo en el Caribe y de allí, vía Atlántico, llegó a España para informar al rey Carlos V de su fabuloso viaje. Pero jamás pudo informar del hallazgo de El Dorado y la Canela, pues solo existió en la mente afiebrada de los ambiciosos aventureros. Sin embargo, este mito dejaría condiciones propicias para la creación de otros mitos de fatales consecuencias para nuestra región: la Amazonía.
Gonzalo Pizarro, indignado y famélico como sus huestes, volvió a Quito.
*Tomado de: Morey Alejo, Humberto y Gabel Daniel Sotil García; “Panorama histórico de la Amazonía Peruana, una visión desde la Amazonía”. Iquitos, 2000.