EL MAL DE LOS POLICIAS GORDOS

En el rotundo afán de evitar los desastres y desmanes de los rollos corporales, de la invasora grasa, de la gordura en general, los policías peruanos laboran haciendo ejercicios físicos, gimnasia y aeróbicos. No es que tengan un local adecuado para realizar el combate contra la panza abultada que les impide realizar operativos exitosos contra  los malandros que como todo el mundo sabe son hábiles en la finta y el escape, sino que en cualquier lugar,  y a cualquier  hora,  realizan sus tenaces ejercicios. Es común entonces ver a los tombos haciendo movimientos corporales mientras realizan sus funciones habituales durante el servicio a la sufrida ciudadanía.

El gobierno nacional, mediante una cuestionada ley, determinó que los uniformados debían evitar a toda costa la rechonchez y la presencia de grasa en sus cuerpos preparados para luchar contra la delincuencia. Para una mayor eficacia los uniformados fueron invitados a correr detrás del mandatario que como es sabido realiza todos las mañanas su corto maratón por algunas calles centrales de la capital. Después de  desayunar haciendo conguros y planchas, los policías tienen que seguir con sus ejercicios mientras se incorporan a sus actividades habituales. Luego tienen derecho a un corto descanso. Después continúan con los ejercicios hasta el momento en que se acuestan en sus lechos. Los que están de guardia no pueden dejar de hacer planchas, canguros y otros ejercicios.

Lo que sorprende de esa campaña contra la gordura es que pese a todos los esfuerzos físicos, abundan policías con papadas y vertiginosas panzas. Es de ver en cualquier parte a tombos que parecen surgir de centros de engorde.  Estos apenas pueden caminar y nadie podría creer que sean capaces de perseguir a los amigos de lo ajeno. El mal de los policías gordos es el peor dato sobre la inseguridad ciudadana y se espera que alguien invente una pastilla que haga bajar de peso a esos uniformados obesos.