Cada vez que ocurre un hecho de corrupción en Perú o España trabo una conversación con unos patas (incluyo a mi padre o hermano) de Perú por el watsap luego de intercambiar algunas ideas y casi en el epílogo ellos o ellas echan mano, como hecho liberador de las (i) responsabilidades, a la herencia colonial o específicamente a España de esos males. Es una verdad a medias, y una verdad a medias es una mentira, me explico. Es cierto que el sangriento proceso de colonización pesa sobre nuestros hombros si no miremos la sociedad racista que nos han legado y dibujado en Perú. Pero también es completamente cierto que a pesar de años de república independiente no hemos hecho nada para cerrar esas desigualdades e injusticias, por el contrario, la hemos ahondado de manera dolosa. Me preocupan esas reacciones de quitar cuerpo o tirar balones fuera y no enfrentarse al toro que tenemos delante. En esta misma tesitura son las quejas cuando la empresa Telefónica de España en Perú no da un buen servicio, inmediatamente, no se ahorran en diatribas contra esa compañía de telefonía incidiendo en su nacionalidad, como espoleándome para defender a esa empresa (¡están locos!) y, conscientes, en su idea, que me están dando un codazo en plena cara con dolo y riéndose burlonamente. Como si en España el resto de consumidores no sufriera los mismos daños de esta empresa – además que esta compañía sirve de refugio o albergue de políticos o cónyuges de políticos o de políticas que están en el poder. Ellos o ellas piensan con sus afrentas como si yo estuviera obligado a defender a esa empresa como si aquí no sufriéramos de esa compañía sus malas prácticas comerciales y que la pagamos. Acaso no se dan cuenta que el capital no tiene bandera o país, tanto la bandera o la nación para el capitalismo trasnacional es simplemente una anécdota. Sonrío ante esas pullas estériles, más bien deberían saber que el mundo está más allá de nuestro ombligo.