La oferta de los 5 millones de dólares que los Estados Unidos ofrecían por la cabeza, y todo el cuerpo, del huidizo y tunelista capo mexicano, puso de vuelta y media a la raza de los iquitenses. La tentadora suma, cifra excesiva que en toda una vida nadie podría lograr así nomás, hizo que los aludidos dejaran de laborar en algunos de esos extraños oficios, como por ejemplo aquello de candidatos, y se dieron a la tarea de buscar a “El chapo” hasta en la sopa. En alguna parte tendría que estar, en algún lugar tendría que esconder su humanidad escapista, se dijeron con optimismo mientras soñaban con tantos dólares reunidos uno sobre el otro. ¿Por qué no podría ser Iquitos el lugar donde el escurridizo personaje escogería para ocultarse?, se preguntaron esperando encontrar una pista que les conduciría a la guarida del fugitivo.
Los Estados Unidos presionaron a todo el mundo para atrapar a ese enemigo público número uno y aumentaron el monto de la recompensa. Fue entonces cuando arriesgados iquitenses decidieron que el escapista estaba oculto en la ciudad. No en una vivienda de los arrabales últimos, una balsa flotante, un fundo de la carretera a Nauta o una purma sin nombre ni moradores. El azteca tenía que estar en un lugar insospechado, en un sitio que nadie podía ni visitar. El único lugar posible era algún tramo del horrendo alcantarillado hecho por los chinos.
Fue así, y no de otra manera, que varias personas, desde incontables lugares, comenzaron a cavar sendos túneles hacia el alcantarillado. El optimismo era evidente en sus rostros porque de una manera inteligencia y sagaz habían descubierto la guarida del mexicano universal. Los trabajos continúan en estos días y pese a que por ninguna parte se encuentran huellas o rastros de “El chapo”, ellos creen que en cualquier momento cobraran los tantos millones de dólares.